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A media hora de nuestra ciudad, la reina del cheese cake que aprovechó la pandemia y convirtió su comercio en una “pastelería boutique”

Con la colaboración de los vecinos y vecinas de localidad de Conesa, La Juana hoy provee a gran parte de la región

A un poco más de 40 kilómetros de Pergamino, en una pequeña localidad de no más de 3 mil habitantes, una joven empresaria de 21 años lleva adelante su negocio con estilos y sabores gastronómicos similares a los de las pastelerías metropolitanas.

“No dejes para mañana lo que puedes comer hoy” , es la frase insignia de Juana Urteaga , joven pastelera formada en la escuela de Osvaldo Gross , que es el alma y el corazón de este emprendimiento dulce ubicado en Conesa, a mitad de camino entre nuestra ciudad y San Nicolás.

La pastelería y cafetería La Juana es un caso de éxito gracias a que su dueña, que casi nunca contó con grandes sumas de dinero para inyectarle a su pequeña empresa, supo dónde invertir cada peso que entraba.

La cocinera -que comenzó a los 16 años vendiendo porciones de torta entre sus vecinos- se transformó en una hábil mujer de negocios que lleva al día las cuentas, maneja los proveedores, paga sueldos, planifica las inversiones en maquinaria e infraestructura y que tiene además una virtuosa estrategia de marketing.

La idea de un local de venta directa tuvo su germen durante la pandemia . La Juana fue hasta abril de este año un negocio puertas adentro pico de demanda se dio durante el confinamiento del 2020 cuando lanzaron a la venta la bolsa familiar, un mix de productos cuyo para disfrutar en familia mientras se transitaba la cuarentena. "Los niveles de aceptación fueron altísimos porque lanzamos las bolsas en el momento más duro de la pandemia cuando la gente salía para comprar lo estrictamente necesario y dónde la manera de estar cerca era enviándole algo rico a un ser querido" , le dijo la joven cocinera a Leila Ganem , la autora de la nota del diario El Cronista .

Dice que ella encontró en la pandemia una oportunidad porque la tendencia de los regalos puerta a puerta hizo que los pedidos se originaran no sólo desde los pueblos vecinos sino desde otras ciudades y países.

Para poder abrir el negocio de venta al público tuvo que hacer muchos arreglos que cumplieran con los protocolos sanitarios, hacer la instalación eléctrica, abrir ventanas y comprar vitrinas y exhibidores. Todo ese andamiaje arquitectónico le demandó la inversión de 500 mil pesos que hasta ese momento significaban el único capital monetario con el que contaba. Con el local a punto le faltaban los 30 mil pesos que necesitan para conseguir la materia prima que le permitiera producir, entonces sus familiares y amigos le prestaron plata, le habilitaron la compra en cuotas con tarjetas de crédito, hicieron y colocaron la cartelería, construyeron mesadas y ventanas y pintaron paredes. Los comerciantes del pueblo le regalaron balanzas y maquinaria en desuso y todavía la ayudan con la compra al por mayor de los insumos. “No me quedó ni un solo peso para producir porque me había gastado todos los ahorros en el local pero cuando necesité una mano no apareció una sino 20. Jamás me van a alcanzar los días para devolver todo” , dijo emocionada.

El negocio había comenzado 4 años atrás en el garaje de su casa familiar. En esos inicios fundió dos batidoras de mano y arruinó un sinfín de preparaciones porque utilizaba un horno pizzero que no era el adecuado para cocinar productos de pastelería. Sin embargo, nada impidió que en ese lugar pudiera preparar a pulmón y sin la maquinaria necesaria, 10 kilos de crema pastelera batida a mano, 50 roscas de pascua y 80 desayunos que le permitieron comprar su primera batidora de pie profesional, moldes y packaging. Fue ese garaje su refugio durante el primer año de la pandemia donde cocinó sin descanso para cumplir con los pedidos que le hicieron -los cambios iban en aumento- hasta que tuvo la necesidad de expandirse más allá de las cuatro paredes de esa cocina improvisada.

“Yo quiero ver la cara de emoción de los clientes cuando entran al local y eligen cosas ricas para comer o cuando retiran una torta personalizada y es tal cual la imaginaron” , argumentó Juana.

Agrega que le encanta conversar con ellos y saber que sabores prefieren y por qué la eligen ya que el valor de su empresa es la materia prima de calidad pero también la cuota emocional que quiere despertar en quiénes compran sus preparaciones. En el lugar se ofrecen productos que mezclan lo clásico con lo moderno pero su dueña es enfática a la hora de calificar el valor tradicional de sus preparaciones.

“En los últimos años hubo una explosión de la pastelería estadounidense y francesa que es de excelencia pero para mí nuestra pastelería es la mejor del mundo. En ningún lugar vas a encontrar un alfajor de maicena o un vigilante como los que se preparan en nuestro país ” , aseguró.

El “take away y vereda” de La Juana se destaca por preparar productos de calidad artesanal que satisfacen el antojo dulce en medio de un entorno natural con aire campestre. Todo aquel que circule por la Ruta Nacional Nº 188 puede divisar, a la altura de Conesa, el local gastronómico pintado de rosa de estilo shaby chic, cuya torta estrella es el cheese cake de frutos rojos y dónde -dicen- se hornean las mejores medialunas de la zona. La pastelera, que rechazó ofertas para trabajar en Buenos Aires con los más reconocidos referentes pasteleros de Argentina, pone manos en la masa todos los días a partir de las 5:00 hs. de la mañana y es la cara visible en el mostrador junto a su mamá ya su abuela -de quien tiene el recuerdo más fresco relacionado con la pastelería- las mujeres que trabajan a la par de ella para concretar sus sueños.

Juana aprendió los métiers del rubro trabajando durante un año en las cocinas de la confitería Suevia dónde llegó a preparar servicios para 10 sucursales; conocer el negocio desde adentro le dio buena parte de la experiencia que hoy aplica para el manejo de su empresa dónde es su propia jefa y dónde intentar recuperar la esencia de las preparaciones caseras de antaño, como el sabor de los alfajores de maicena que rellenaba con su abuela Ema cuando tenía tan sólo 5 años.

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