• cielo claro
    24 de Abril de 2024
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Ahora ayuda a otras víctimas de bullying, pero a los 10 años pensó en suicidarse

Sus compañeras la rechazaban desde el jardín porque no se vestía "como una nena". Sasha Heise llegó a pensar que era verdad que había "algo malo" en ella y empezó a lastimarse.

Es alta y tiene ojos claros. Con el pelo corto y reflejos violáceos, su aspecto seguro no hace pensar que la infancia de Sasha Heise haya sido un verdadero infierno, hasta empujarla a pensar en terminar con su vida por el bullying que sufría. Ahora, como representante ante el Parlamento Juvenil organizado por el Instituto Nacional contra la Discriminación (INADI), ve la oportunidad de contar su historia para ayudar a otros chicos y chicas.

"Sufrí mucho tiempo el acoso y me pareció una forma de ayudar. Muchas veces faltan herramientas para terminar con estas situaciones", observa.

En su Olavarría natal, empezó a padecer acoso escolar desde el jardín de infantes. La excusa era su forma de vestir, que no cumplía con el estereotipo de género. Sus padres siempre fueron respetuosos de sus elecciones y ella se sentía más cómoda con ropa amplia. "Me decían cosas, sobre todo las nenas. Me dejaban de lado porque llevaba un jogging y ellas calzas y remeras rosas o de colores presuntamente femeninos", apunta. "Ellas asociaban mi manera de vestir con algo malo, o raro".

Sasha no recuerda haber sido invitada nunca a un cumpleaños, jugar con las otras chicas en los recreos o simplemente tener una amiga. "Les tenía miedo a las mujeres. Empezaron a atacarme desde tan chica que solamente me vinculaba con las de mi familia, a las demás les tenía terror porque me hacían sufrir. Siempre me rodeaba de varones", recuerda.

Incluso los varones se alejaron de ella, porque Sasha estaba convencida, en el fondo, de que lo que le decían las nenas que la atacaban era verdad, y que merecía estar sola. "Ese acoso que había empezado de tan chica me perjudicó, empecé a pensar cosas horribles sobre mí misma y a intentar dañarme", relata.

En la primaria cursó con las mismas nenas que la discriminaban y aislaban. Ahora incitaban a los chicos nuevos a que la maltrataran. Sin embargo, una de ellas se acercó, y Sasha pensó que era su mejor amiga. "Era una relación tóxica, desde el lugar de amiga, para ayudarme a cambiar, me decía cosas horribles. Por ejemplo, cuando traté de usar ropa ajustada me gritaba que era una gorda asquerosa y que no tenía que mostrar mi cuerpo", agrega.

Sasha pensaba que su amiga decía la verdad y no sabía cómo defenderse cuando ella le gritaba "das asco" y convencía a las demás compañeras de que la sometieran a la "ley del hielo". Le hacía la vida imposible. Ya no quería mirarse al espejo.

El aislamiento y la convicción de que había algo malo en ella hicieron que, en cuarto grado, empezara a golpearse y a rasguñarse, y poco después a cortarse brazos y piernas. Llegó a pensar en suicidarse. Su cuerpo estaba totalmente marcado con cicatrices, pero como usaba ropa amplia y larga, casi nadie las veía.

"Al principio mentía cuando me preguntaban, decía que me había lastimado jugando. Finalmente, hablé con mi mamá cuando estaba en sexto grado, y le pedí que me llevara a un psicólogo. Mi familia fue fundamental para mi recuperación porque siempre me contuvieron y me ayudaron. Gracias a ellos y a un amigo que me sostuvo es que estoy acá, viva", admite Sasha.

Cuando ingresó a la secundaria, el grupo humano cambió y Sasha estaba más fuerte. Sus nuevos compañeros le abrieron los ojos. Obtuvo más recursos para defenderse, incluso cuando fue víctima de acoso sexual por parte de un compañero que le tocaba los pechos, la cola y se frotaba contra ella. De la movida que terminó con la derivación a otro curso del acosador, participaron sus amigos, sus padres y su hermano que fueron a la escuela y hablaron con el agresor. Las autoridades de la escuela tuvieron una reacción rápida.

"Ahora, me rodeo de gente que me hace bien. Aquella amiga que me hacía mal no pudo tolerar que yo estuviera con otra gente y ya no la veo", asegura.

Sasha está preparando una fiesta porque se recibe de técnica electromécanica en el ENET 2, pero su plan es estudiar medicina. "¡Hay que saber de todo!", dice con ironía.

"Conocer gente que me acepta como soy es una de las cosas más lindas que me ha pasado. A veces, tengo recaídas, pero me sostienen y si ven un episodio de acoso o burla son los que se plantan. Son mi escudo, los que me hacen estar bien. Sasha recuerda el tiempo de la primaria que tanto la marcó. Es dura con los directivos y docentes de esa escuela que no tuvieron ninguna reacción frente a su sufrimiento: "Me decían que eran cosas de nenes o que estaba inventando", señala.

Cuando se le pide un consejo para los que, como ella, están sufriendo bullying dice: "Primero, hablar, no esconder lo que sentimos. Yo no decía nada y hablar con un adulto responsable es lo que más ayuda". Pero enseguida advierte: "Los consejos no tienen que ser para los chicos porque no es culpa de ellos lo que les pasa, sino de los grandes. Los maestros tienen que cambiar urgentemente la cabeza. Ellos no ignoran las situaciones. Me lo hacían frente a ellos y no intervenían".

Sasha cree que quienes están a cargo de la educación tienen que enseñar que no está bien discriminar a alguien "porque no cumple con un mandato social irrelevante". "¿Por qué yo iba a ser mala si no me vestía de rosa?", se pregunta.

Ahora, está en el centro de estudiantes y participa en el área de derechos humanos. Interviene en casos de discriminación, va a hablar a los cursos donde se detectan problemas y organiza charlas de Educación Sexual Integral. Atrás quedaron la marginación y las ganas de no vivir más en un mundo injusto. Ahora, esta futura médica pelea por cambiarlo.

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