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Amenazada y en pobreza extrema: así vive la menor que denunció la violación en manada de Florencio Varela

Se encontró en un asentamiento de la zona sur a la joven de 17 años que llevó a la Justicia a diez varones que la atacaron sexualmente. Temor, valentía y una bebé de dos años producto de una violación intrafamiliar: "Antes tenía que callarme, pero ahora aprendí a hablar"

Todo se ve ocre, quemado. Tal vez no exista tal cosa como la estabilidad. Por lo menos no aquí. No ahora.

Miki tiene 17 años y tiene miedo, como tuvo miedo gran parte de su vida, pero abre la puerta de chapa vieja y dice que sí, que se puede pasar, que hablemos. La casilla en el asentamiento de la zona sur todavía está húmeda del agua que se usó para apagarla cuando se incendió semanas atrás, hay pilas de ropa infantil mojada, montoncitos esparcidos en el suelo, paredes interiores derrumbadas entre los pocos muebles. También hay una mujer adulta junto a ella, la dueña de casa, afable, con un chico en brazos, que dice que Miki está bien, que está cuidada, que tiene comodidades, que ella la protege.

No es su madre biológica. A Miki, su madre biológica la abandonó hace mucho tiempo. No espera nada de ella, ni siquiera la llama por su nombre. Su padre murió hace unos años también. La mujer que la acompaña es la madre de una amiga de su infancia que se ofreció a darle cobijo, a que se quede con ellas por un tiempo para tener algo de paz. Miki ya no quería quedarse todo el tiempo en el rancho de paredes de chapa de su tía Isabel, donde vivió desde que salió de un hogar de menores de la zona a comienzos de este año junto su tía y la pareja de su tía, que se dedican al cirujeo, otros siete primos y un caballo al que se notan las costillas de tanto tirar un carro.

Le cuesta estar ahí, en la casilla de su tía. Su cabeza maquina demasiado, demasiada gente quizás para demasiados pensamientos.

Miki trata de no cruzar demasiado esa puerta de chapa, mira a los costados mientras la abre, se esconde. Según ella misma, una mujer del barrio Santa Rosa de Florencio Varela le dijo a través del chat de Facebook que la iba "a desfigurar" si no se retractaba, si no retiraba su denuncia y limpiaba el nombre de "los que había ensuciado", de los que están presos por "su culpa".

En la madrugada del sábado 6, una conocida invitó a Miki a una previa en una casa del Santa Rosa, le pidió que la acompañe. Horas después, según su testimonio, un grupo de diez varones, entre ellos el hijo de la mujer que la amenazó-un menor de edad de catorce años- y nueve mayores de entre 18 y 24, la desnudaron, la golpearon y se turnaron para penetrarla por la fuerza mientras Miki estaba inconsciente, quizás por una pastilla en la bebida que le dieron, alentándose entre ella, una nueva violación en manada en un barrio empobrecido del conurbano bonaerense.

Ya con la luz del día, Miki despertó en pánico en la casa sobre el piso mojado, mientras intentaba recordar fragmentos, las voces de quienes ella asegura fueron sus violadores. Salió a la vereda, se encontró poco después con su ex novio, llegó en patrullero hasta la casilla de su tía. Luego, hicieron la denuncia en la Comisaría 1° de Florencio Varela.

Fue asistida por una médica, que le dio una pastilla del día después, luego por un gabinete psicológico. Los primeros análisis a simple vista arrojaron claros signos de un contacto sexual, le extrajeron muestras con hisopados.

Miki ratificó su testimonio en la UFI N°8 de Florencio Varela a cargo de la fiscal Claudia Brezovek el lunes siguiente. Una psicóloga determinó que podía declarar a pesar de su estado de shock. No pudo recordar los nombres de quienes serían sus supuestos agresores. Eso vino con el tiempo.

Primero fue un nombre, Alan Gabriel Lazarte, un joven de 25 años de un barrio aledaño al Santa Rosa, luego a los hermanos Coria, Octavio y Laureano, a los hermanos Krich, Alexander y Eric Hernán, en cuya casa, asegura Miki, fue atacada. Todos chicos del barrio, todos vecinos de un radio de cinco cuadras entre ellos. Luego grabó un video donde contó todo lo que pasó, lo subió a su cuenta de Instagram. El video se volvió viral.

Poco después, en una redada a plena luz del día, la Bonaerense detuvo uno por uno a quienes señaló como sus agresores, con un prófugo, Nehemías Fernández, de 21 años, que está todavía suelto. Sus agresores, según confirma una fuente policial, continúan detenidos. El menor acusado, de apenas 14 años, fue liberado en un principio y luego remitido a una UFI de menores: el fiscal Marcelo Cipollone ordenó que vuelva a un calabozo. Por lo pronto, Miki no quiere ver a ninguno de sus agresores suelto.

El miércoles al mediodía fue junto a un grupo de amigos y familiares a pedir con pancartas frente a la UFI N°8 para que el grupo del barrio Santa Rosa siga encerrada. Tomó coraje, le dio una entrevista a un canal de televisión. Luego, volvió a la casa quemada en el asentamiento.

"Hablemos bajito, que mi nena está durmiendo", dice: "Me quieren pegar. No salgo a ningún lado, excepto a una iglesia acá cerca. Mi padrastro vive acá en la esquina. No quiero que sepan dónde estoy. Hasta que tenía 15 años yo no salía ni a la puerta. Salí del hogar hace tres meses, después de que me padrastro me violó, y me hicieron esto. Antes tenía que callarme. Pero ahora aprendí a hablar".

Miki -un nombre de fantasía empleado en esta nota para proteger su identidad- dice que fue violada sobre un colchón en la casa de Alexander Krich. "En el colchón tienen que estar las huellas. Nadie me dice nada de eso. ¿Se lo llevaron? ¿Qué pasó con ese colchón?", pregunta. La conocida que la llevó a la fiesta es un área gris: Miki sospecha de ella. "A mí sola me llevó. Me pidió que la acompañe hasta Santa Rosa", asegura.

-¿Creés que te entregó?

-Y… Si ves a tu amiga tirada y no hacés nada.

Su tía Isabel, hermana de su padre, lamenta en el rancho de chapa en el que acogió a su sobrina y su bebé luego de que dejara el hogar de menores que ya no tiene una custodia policial de cara a las amenazas que recibió y al miedo de que una turba venga desde Santa Rosa y le incendie la vida con cinco hijos adentro, uno con una discapacidad mental.

Isabel habla junto al caballo flaco, junto al tacho que usan para quemar goma de cables y descartes de metal. Le aterra que su sobrina esté a metros de su padrastro: "El ADN del nene dio positivo, es del padrastro, de Carlos, esa bebé que ahora tiene dos años es producto de una violación y el tipo está ahí. No está segura".

"Esos chicos", continúa Isabel, "son amigos de mi sobrino, conocidos del barrio, todos. Y el patrullero me la trajo a mi sobrina a las 8 de la mañana del domingo. 'Me violaron, tía, me violaron', gritaba. Y de ahí fuimos a denunciar". Lamenta también no tener un abogado querellante, un patrocinio legal público, mientras que los acusados tienen defensores. Puede tenerlo, pero no sabe cómo.

Isabel, con su sobrina, en todo esto, se siente sola. Miki se siente sola también. "Quiero terminar el secundario, conseguirme un trabajo, conseguirme una casilla para vivir con mi nena", dice: "A mi tía la quiero, está todo bien, pero ella ya tiene su familia. Yo tengo que hacer la mía".

Miki y fuentes de la investigación confirman un sospechoso más. "No me violó, pero me pegó y vio todo, no me ayudó", dice. La UFI N°8 citó a tres testigos para dilucidar esta pista mientras buscan a Nehemías Fernández, el prófugo en el caso. Hay versiones que indican que podría haberse ido a Tucumán. Según Miki, no estaría muy lejos del Santa Rosa. Habla de un alivio: asegura que "ya están los estudios" que dicen que "no tengo SIDA, que no me contagiaron". 

Por lo pronto, la Superintendencia de Policía Científica de la provincia tiene a su cargo una pericia clave el lunes próximo: cotejará las muestras extraídas del cuerpo de Miki con sangre de los detenidos para determinar si esas muestras contienen material genético de los acusados. Los nueve, con sus detenciones ya confirmadas por el juez de garantías del caso, fueron indagados el viernes pasado: todos se negaron a declarar.

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