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De Pergamino a Crónica vía Douglas: Dos lechones tan famosos como el “Negro” Hernández

Silencio y tensa calma en la vieja redacción del diario Crónica en Garay y Azopardo, allí a la vuelta del famoso Parque Lezama. Cierre movido y agitado sobre la medianoche del miércoles 21 de junio de 2000. El Boca de Bianchi define por penales en Brasil la Copa Libertadores y se trabaja contra reloj y con las pulsaciones “a mil” ante un inminente e histórico desenlace.

De repente, el personaje más simpático del periódico se las ingenia como de costumbre para distender un poco los ánimos. El recordado y querido “Negro” Hernández se pone de pie en el centro del recinto y lanza a viva voz: “¡Viva Perón!”.

Ello, ante la furiosa mirada del jefe de Deportes, que ya “lo conocía” pero no podía comprender el momento inoportuno, el contexto que esta vez había escogido para su clásico grito de guerra, ese que al menos una vez al día retumbaba en el quinto piso.

Y con la complicidad de buena parte de los “compañeros” que se desentendieron por unos instantes del crucial partido en el Morumbí y adhirieron al improvisado homenaje al líder justicialista: “¡Viva!”, contestaron varios con alma y vida.

“¡Vos no estás normal, viejo! Mirá el quilombo que me armás justo ahora!”, le recriminó José María Roquejoffre, encargado por entonces de la sección, quien le tenía toda la paciencia, pero cuando había que poner límites no le temblaba el pulso.

“¡Boca y Perón un solo corazón, ‘Roque’. Je, je, je, je!”, fue la atrevida e increíble respuesta de Hernández, que era fana de Banfield por el barrio en el que residía pero a la vez simpatizaba con el xeneize.

Mientras se le reía en la cara a la indignada autoridad, se tapaba la boca justamente para disimular como vibraba su dentadura postiza.

La escena fue una más de las tantas que nos regaló este “atorrante” de piel morena y pelo blanco. Pero vale para describir hasta donde llegaba la desfachatez del gran protagonista de este texto verídico.

Y así, tras la necesaria introducción, narraremos el par de anécdotas “fogoneras” con Luis como figura estelar.

Cuenta la historia que Hernández, carismático y hábil como pocos y sumamente respetado en el ambiente del fútbol del ascenso, se había metido en el bolsillo a los dirigentes del glorioso Douglas Haig. 

Tanto que desde fines de los ‘80 lo esperaban a cenar en el Hotel Constitución la noche previa al partido, cada vez que el rojinegro jugaba en Buenos Aires. Y si no lo invitaban, el “Negro” caía igual de caradura nomás apenas se liberaba ya que le quedaba de pasada y cerca -él se manejaba en tren y en Plaza Constitución lo tomaba rumbo a zona Sur-. El atrevimiento era su fuerte…

Así se había hecho muy compinche de Héctor Dinardo, el “Piojo” Iriarte, Carlitos Scallia y compañía. La buena onda y esas comidas bien regadas y sobremesas interminables lo comprometían de algún modo a Hernández a guardarle al CADH un espacio incluso superior al que se le destina habitualmente en los diarios porteños y nacionales a los elencos del interior.

“Vago” de aquellos, alguna vez incluso involucró a uno de los directivos en la famosa sección “La Pavada” de Crónica, que se compone de chismes faranduleros, haciéndole pasar con su “invento” un sobresalto no menor en casa a ese prócer fogonero cuyo nombre vamos a mantener en reserva.

Atentos en Douglas a las relaciones públicas, cada tanto partía desde Pergamino un “lechón” de regalo para el renombrado periodista, quien como todo porteño, se desesperaba por productos y alimentos frescos de la provincia.

Pero resulta que aquella ocasión el hombre fuerte del club que viajó a una reunión de la mesa del Nacional B en AFA y permaneció un par de días en Buenos Aires olvidó que tenía el cerdito en el baúl.

No obstante, dado que era invierno y no aparentaba mal estado, se lo entregó igual a un Hernández súper agradecido.

Claro que hasta no volverlo a ver, la duda, el temor y hasta cierto cargo de conciencia invadió al allegado douglista, que cortó clavos semanas enteras.

Recién respiró aliviado al encontrarlo vivito y coleando al experimentado editor en otra excursión capitalina.

“¡Una manteca, para chuparse los dedos!”, elogió Hernández la carne porcina pergaminense, mientras se besaba su mano encogida. ¡De no creer!

Aunque sin dudas la anécdota más desopilante y graciosa se dio con otro lechón pergaminense que pasó a la historia del mismísimo Crónica.

Agradecido por el cariñoso trato a su joven hijo, el padre de quien escribe este texto no tuvo mejor idea que enviarle por encomienda un sabroso chanchito al estimado trabajador de prensa.

Pero en el medio pasaron muchas cosas. Por ejemplo, una serie de insólitas desventuras y contratiempos que hoy se recuerdan con risas, pero que en ese momento incomodaron a varios.

Por empezar al propio Hernández, que para tomar noción de la importancia que le otorgaba al regalo, alquiló un remis para trasladarse de Banfield a la Terminal de Ómnibus de Retiro a buscar “la caja”. ¿Cuántos lechones se compraba con ese dinero?

Con tanta mala suerte que la misma no llegó a la hora señalada. Era época en la que los teléfonos celulares recién se ponían de moda. La “leyenda croniquera”, que estaba de franco, no dudó en dirigirse a un público y llamar enfurecido al diario.

“Abatte, sos un hijo de … Me gasté una fortuna en remis y el lechón no llegó con el Chevallier. ¿Es joda viejo?”, disparó enloquecido mientras uno, tan desconcertado como él,  intentaba calmarlo y de fondo se oía el anuncio de un nuevo arribo “procedente de Mar del Plata por Plataforma 32”.

Otro momento de tensión se registraría rato después en la Terminal de Pergamino, con el “Gringo” -mi viejo- yendo a reclamar airadamente a los encargados de la encomienda de dicha empresa por “lo mal que me hicieron quedar”.

Tras las disculpas por el involuntario error de la compañía, al día siguiente el preciado obsequio fue retirado por el propio Hernández en Retiro. Lamentablemente, ese día sí laburó. Y lejos de tranquilizarse, ingresó desencajado y a los gritos a la redacción.

“¡Abaaaaatte! ¡Un lechón sin cabeza me mandaste! ¡Nunca visto!”, exclamó una, dos y hasta diez veces. Frase que patentó y es rememorada aún en dicho y mítico periódico.

La explicación, el argumento desde Pergamino fue que resultaba más práctico y prolijo enviarlo trozado.

La sospecha de todos, que Hernández había organizado una “rifa” con “un lechón de primer premio” y por eso renegaba tanto de que faltara una parte del cerdo que pocos consumen, ya que truncaba el plan...

Nunca se sabrá. Lo que sí está claro es que se lo recuerda con infinito cariño y una sonrisa a Luis por sus andanzas, bohemia y ocurrencias.

Si hasta en su velorio, con el gran amigo Rodrigo Conti -otro pergaminense exCrónica-, el popular colega Luis Ventura y la mujer del fallecido, nos reíamos de las aventuras del “Negrito” al pie del cajón.

El del “Viva Perón”, el del “Lechón sin cabeza”, el de los mil contactos, el que llegaba tarde y le perdonaban todo porque era, además de un emblema del diario, tan agradable como inimputable. El crack de la vida que siempre estuvo Firme junto al Pueblo y junto a Douglas.

* El autor es periodista pergaminense, uno de los autores del libro “Fuerte al medio” y jefe de Deportes del Diario La Mañana de Neuquén

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