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Del sueño de las viviendas dignas a una realidad de carencias evidentes

La relocalización de familias en barrio Jorge Newbery dista de ser lo que se anunció por parte de las autoridades municipales. Una recorrida por el complejo que se construyó con la ONG Techo refleja necesidades insatisfechas, más allá de la provisión de agua potable y cloacas instaladas. Una mirada diferente de una ciudad que también existe.

La construcción de viviendas realizadas bajo los lineamientos de la Organización No Gubernamental (ONG) Techo mostró deficiencias desde un primer momento, e incluso hubo una incorrecta manipulación política que solamente dejaron en evidencia las bajezas de quienes buscan un rédito personal por sobre cualquier beneficio para la gente.

“Nuestra ilusión siempre fue tener un terreno propio y un lugar donde se puedan criar los chicos”, señaló una humilde señora en la zona de calle Facundo Quiroga, a escasos 100 metros de avenida Drago. Pues de momento, ni lo uno ni lo otro: formalmente no cuentan con ningún documento que acredite la propiedad que, aun con nuevas casas, sigue siendo un predio inapropiado para chicos y grandes.

Las carencias son evidentes a simple vista; la precaria construcción de los módulos pone a los ojos de quien quiera ver las fallas en las terminaciones e incluso el improvisado aislante térmico ubicado debajo de los techos de chapa cuelga a los costados, como guirnaldas. El frío del invierno es terrible y el calor del verano que ya se siente, golpea de manera feroz en la madera, que tampoco es lo suficientemente impermeable para lluvias como la de ayer.

Otro vecino agrega: “Se nos llena de agua el terreno al medio, tiene partes por rellenar todavía”.

En una caminata por lo que no llega a ser barrio sino que reviste aún características de asentamiento, se pueden ver las endebles puertas de madera abiertas. Es viernes por la tarde, con 32º, y ni las puertas ni las pequeñas ventanas de par en par hacen tolerable la agobiante temperatura.

“Está bravo adentro, hay que refrescarse debajo de los árboles”, dice con cierta complicidad otra vecina que miraba a unos chicos disfrutar de una pequeña pileta de lona que sirvió de mucho para aliviar el calor y la humedad que había a alrededor de las 16:30. El resto de los vecinos se guarecía a la sombra de unos árboles; las casas estaban vacías porque no había forma de estar adentro. Y el verano, el primer verano con la vivienda “propia”, aun no llegó.

¿Mayor igualdad?

Cuando las autoridades municipales anunciaron esta “mudanza” de las familias que vivían en inmediaciones del arroyo Chu – Chú e intersección con las vías del Ferrocarril Belgrano Cargas lo hicieron destacando los cambios que tendrían una vez que ocupasen estas casas.

“Desde hace 30 años se trabaja en la búsqueda de bajar la vulnerabilidad social y de lograr mayor igualdad; a partir del contacto entre el Municipio y la ONG se planificó una acción conjunta con involucramiento comunitario para conseguir un resultado duradero en el tiempo y con potencial de progreso”, dijo Agustina Rodríguez Egaña, directora regional de Expansión Territorial de Techo, cuando empezaron con la construcción en esta zona del barrio Jorge Newbery. 

Concluidos los trabajos, la realidad no muestra ni mejoría ni progreso; es más, no dista demasiado, tal vez solo los materiales de las casas, de aquella que se propuso cambiar.

La postal es la misma: caballos sueltos, pilotes de tierra y un panorama precario reciben a quienes se acercan a este complejo habitacional que lejos está de ser una relocalización, aunque quieran denominarla de esta forma y aseguren que “están mucho mejor que cuando vivían al lado del Chu – Chú”.

Necesitan más cambios 

Hacía calor; hacía minutos que había pasado el camión regador y muchos de los que ahí estaban pasaban las horas tomando “unos mates” y, tal como explicaron, “esperando que refresque para poder entrar a la casa”, señalaron casi al unísono.

Agua potable y cloacas tienen, “pero los baños pierden”, dijo un joven que estaba justo saliendo a hacer un mandado. Todos tienen la ilusión de contar con la documentación que les asegure ese pedazo de tierra como propio y lo mismo pasa con el módulo que están ocupando, que en teoría es de ellos porque “nos anotaron en unas planillas cuando vinieron las asistentes sociales”, destacó este vecino que pedía mejoras en las calles porque “vuela tierra todo el día”.

La realidad indica que estos programas quizás estén afianzados y sean exitosos en cuanto a la consecución de sus objetivos en otras partes del mundo e incluso en otras ciudades de Argentina. Quizás algunas geografías y climas permitan habitar estos módulos y que sean durables. Pero en Pergamino la imagen post Techo se asemeja mucho a la de los mismos asentamientos que se proponen erradicar.

Paredes frágiles, vidrios que no son vidrios, techos endebles, puertas que no protegen el interior.

A pesar del amor con que algunos vecinos les hicieron mejoras para transformar estos módulos en viviendas permanentes y para toda la vida, lo cierto es que la construcción es de una provisoriedad notoria, solamente admisible justamente con el rasgo de temporales. Creer, y sobre todo anunciar este proyecto como una solución habitacional es, por lo menos, irrisorio.

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