La mala suerte es un estado atroz, consecuencia de resultados desfavorables. Puede ser algo impredecible que es lamentable, problemas innecesarios e imprevistos resultantes de un evento desafortunado.
Pero cuando a la mala suerte o simplemente al destino, la acompañan situaciones puntuales que están estrechamente ligadas a la dejadez y a la falta de atención al vecino se transforma en una sinergia que traspasa todo tipo de parámetros.
Hugo es un pergaminense que en menos de 50 días sufrió dos imprevistos irrisorios. El primero fue a mediados de julio, en el Barrio Solares 2, cuando su Peugeot 106, el que conducía cuando iba como todos los días a trabajar, se cayó en una boca de tormenta a la que le faltaba la tapa metálica que la cubre. El conductor creyó haber golpeado algún objeto, pero cuando bajó del automóvil no podía creer que estaba dentro de un pozo.
En ese entonces, tuvo la suerte que un amable vecino pudo sacarlo con una soga y así seguir su camino. Por suerte, el automóvil no sufrió daños mayores.
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Pero el jueves, 49 días después de aquella caída en la boca de tormenta, el destino le volvió a jugar una mala pasada. Mientras circulaba a media mañana por Avenida Barrancas del Paraná al 2200 vio como un gran árbol que estaba en la vereda empezó a moverse porque a causa de sus raíces podridas y la lluvia no soportó más su peso.
Pero no todo es tanta mala suerte. Como había un lomo de burro por donde conducía, tuvo que aminorar la velocidad y el tronco del gran árbol que se derrumbó cayó a apenas 50 centímetros de su ya golpeado Peugeot. De todos modos, parte de las ramas impactaron contra el vehículo provocándole daños menores.
Fueron dos incidentes que se podrían haber evitado ¿Cómo? Si la tapa de la boca de tormenta hubiese estado colocada y si el enorme árbol cuyas raíces estaban podridas hubiese sido removido a su debido tiempo.
Porque los vecinos del Barrio General Manuel Belgrano aseguran que hicieron reiteradas denuncias al Municipio avisando que estaba “muerto” y “había que cortarlo”. Y porqué la boca de tormenta, que luego quedó con palos y bolsas en señal de peligro, es un arma mortal sin su cubierta.
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Hugo, como tantos otros vecinos deberá seguir lidiando un poco con la mala racha y otro con la desidia. “Yo tengo una empresa de vinilos y carteles y ando por toda la ciudad todos los días. Está toda destruida, algunas calles no dan más”. Y la verdad es que Hugo tiene razón.
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