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Ganas de abrazarlos

Ariel Scher Por Ariel Scher | 1 de Abril de 2019

Tuve ganas de abrazar a Roberto Perfumo porque me acordé de la sonrisa que me puso la noche en la que le conté que el mejor regalo que me hicieron en la infancia fue una camiseta de Racing gracias a la que yo, en el fondo de mi casa, era él.

Tuve ganas de abrazar al Negro Juvenal, que era crack como periodista y crack como hincha de Racing, porque la tarde del final del 84 en la que no pudimos volver a Primera escribió en La Razón lo que yo necesitaba que alguien lograra decir: "Mi viejo Racing, te quiero".

Tuve ganas de abrazar a un veterano que debe seguir sin entender demasiado de fútbol y del que jamás supe el nombre, pero se transformó en mi hermano desde que se mojó conmigo abajo de una lluvia maldita un domingo en el que merecimos ganar y nos metieron tres goles.

Tuve ganas de abrazar a mi amigo Gustavo, que llora cuando Racing pierde, cuando Racing gana, cuando Racing juega y cuando Racing no juega, pero llora porque Racing le enseñó que pocas cosas son tan humanas como llorar.

Tuve ganas de abrazar a mi hermana un poco porque siempre me dan ganas de abrazarla y otro poco porque cuando ella no intuía que iba a festejar este título con un hijo al que también, desde luego, siempre abrazo, la hice de Racing y le aseguré que lo mejor que podía pasarle en la historia y más que lo mejor que le tocaría ver en el universo eran los colores de Racing y, claro, me respondió que sí.

Tuve ganas de abrazar al Gordo Guille, que entendió sin quiebres durante toda la secundaria que estudiar para la mañana siguiente y para la materia siguiente nunca podía ser más importante que tomar dos bondis hasta Avellaneda para espiar juntos cualquier práctica del equipo o cualquier partido, conmovidos por algo que no aprendimos a definir hasta ahora, pero que, en una de esas, se llama identidad.

Tuve ganas de abrazar al flaco Mario, que vaya a suponer uno dónde anda, pero siempre está conmigo porque nos comimos juntos la última represión de la dictadura más mierda durante el domingo de palos y de gases en el que descendimos.

Tuve ganas de abrazar a Diego Milito porque si alguna vez me tenté con que en el paladar me dejara de sonar ese "las buenas ya van a venir" que es el himno de tantas y de tantos, se calzó la de Racing y las buenas vinieron.

Tuve ganas de abrazar a mi amigo Pichi y a mi amigo el Turco, que comen de ansiedad cada vez que Racing se prepara para salir a la cancha y que en este segundo del mundo deben estar meditando qué comer porque ya no los castiga la ansiedad pero reconocen que ciertas felicidades son un buen pretexto para seguir comiendo.

Tuve ganas de abrazar a Solari, que, lesionado y todo, en un costado de la cancha de Gimnasia, no me vaticinó que unos meses después metería el gol del título, pero me convenció de que nosotras y nosotros -él haciendo todo lo que hizo y yo sin hacer nada- podíamos ganar este campeonato.

Tuve ganas de abrazar a mi mamá, que, invariablemente campeona, cuando la llamé por teléfono para confesarle eso mismo, para confesarle esas ganas, me soltó las palabras hermosas que me suelta en cada encuentro desde las horas en las que yo era Perfumo y entonces no pude decirle nada porque algo que se me instaló en los labios o en el alma me impidió seguir hablando.

Tuve ganas de abrazar a Zaracho porque lo vi lagrimear y enseguida lagrimeé.

Tuve ganas de abrazar a cada hincha de Racing que conozco y supongo que eso haré.

Tuve ganas de abrazar a mi papá porque fue y es el único que me vio jugar a ser Perfumo y creyó que yo era Perfumo, y porque, además, creyó eso, porque me quiere sin pedir nada y sin parar nunca.

Tuve ganas de abrazar a los hinchas de otros equipos que tuvieron claro que el fútbol es una llave para ser iguales y para ser diferentes, pero, en especial, para ser parte de la misma existencia, y se ocuparon, genuinos, de felicitarme y de felicitarnos.

Tuve ganas de abrazar a Lisandro para agradecerle por el fútbol, para compartirle que había madrugadas en las que estaba seguro de que no me dormiría nunca más hasta que él fuera campeón y para avisarle que si no terminábamos campeones igual valdría la pena darle uno o unos cuantos abrazos.

Tuve ganas de abrazar a mi compañera de cada aire por cosas que no se explican y porque me besa fuerte cada vez que me detecta en el cielo o en el suelo si Racing me deja en el cielo o en suelo.

Tuve ganas de abrazar a mis hijos porque Racing son ellos y ellos son mi orgullo en la vida.

Tuve ganas de tantos abrazos que casi no me recorre nada más que ganas de abrazos desde que terminó el partido en cancha de Tigre y que siento que será así hasta que se agote la eternidad.

Eso, justo eso, voy a contarle en un ratito a la nieta que ya me mira enfundada en una remerita de Racing, al nieto que me saluda desde la panza preciosa de su mami, a las y a los sobrinos nietos que llenan de sol cada mañana que palpito.

Eso, justo eso, voy a contarles mientras los abrazo con ganas, les juro que alguna vez fui Perfumo y les repito dos sílabas, o una fe, o un corazón o una magia, o lo que soy en estos días y mientras haya días: Racing, Racing, Racing.

El autor es periodista, escritor y profesor

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