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Infidelidad: la contradicción básica de las parejas

Los acuerdos entre las parejas van cambiando, y nos abrimos a comprender más.

Para ciertos temas la frase “del dicho al hecho hay un trecho” se ajusta con precisión. Y si bien la congruencia entre decir y actuar puede ser una postura de vida, somos humanos y las emociones hacen flaquear las más firmes convicciones. Lo que sucede, sucede. Los amantes ocasionales o las relaciones por fuera de las parejas son un hecho -en muchísimos casos-. 

La mayoría de las parejas hoy en día siguen estableciendo acuerdos monogámicos. Lo que cambió tal vez es que la infidelidad se enfrenta de diferentes maneras, quizá ¿más flexibles? a la hora de reflexionar y de rehacer el nuevo contrato vincular.

Tampoco seamos tan optimistas. Si algo se mantiene constante es la angustia, la bronca, la decepción y el dolor que provoca. Y el malestar apunta no solo hacia la traición cometida por el otro, también se dirige hacia uno mismo, con reproches, con preguntas varias sobre el grado de responsabilidad que cabe, por descuido, por haber desoído algunas señales, por no haber hecho caso a la intuición o a cierta corazonada que no llegó a convertirse en verdadera sospecha.

La angustia y la crisis involucran a las dos partes de la relación. Y aunque una de ellas crea, diga, vocifere, que “la culpa la tiene quién cometió el acto infiel” es casi imposible no pensar qué factores personales pudieron incidir. Es decir, reflexiones, pensamientos, emociones que uno guarda para sí, porque la manifestación de las mismas podría llevar a la creencia de que la responsabilidad es compartida (y de esta manera atenuar la acción infiel), por eso se suele callar para el otro y para la sociedad.

Tiempos modernos, ante una nueva comprensión

Hoy el día existe una mirada más comprensiva y reparadora de la infidelidad. Y no por consentir, aguantar o resignarse, sino porque la comunicación entre las partes del vínculo es más abierta que en otros momentos de la historia, cuando las mujeres tenían que aceptar que “los hombres por ser machos son más sexuales y hay que bancarles sus deslices fuera del hogar”.

Hace algunas generaciones atrás no existían medias tintas para estos temas: las más sumisas se resignaban, las más audaces los echaban del hogar resistiendo las críticas de hijos y otros familiares que no acordaban una decisión tan contundente, aunque mediara la humillación y la violencia de género. Los tiempos han cambiado las respuestas, aunque la angustia y la extrañeza corporizada en ese otro que muestra su parte “desconocida, oculta, oscura” es aún lo más esperable, después de un tiempo es posible reconsiderar el asunto.

Los modelos que reproducen los medios de comunicación, así como las redes sociales presentan otras alternativas, si otros pueden superar la infidelidad... ¿por qué yo no podría? Hay distinciones entre la "gravedad" del asunto y distintas formas de encarar la continuidad de la relación. Creo que el factor principal se basa en cambios en la subjetividad femenina. Las mujeres plantean el tema en profundidad y pueden jugar su propia libertad y reclamarla: "estamos en igualdad de condiciones, yo también puedo ser infiel".

Aceptar contradicciones, revisar contratos

La contradicción que surge entre la convicción “no perdonar la infidelidad” y “si yo lo hiciera me gustaría ser perdonado” se basa en la diferencia que media entre una norma moral e incuestionable y las acciones humanas.

En caso de romper con el acuerdo, se puede revisar el mismo, para permitirse un tipo de vincularidad que incluya la posibilidad de estar con otras personas sosteniendo una pareja. O podemos hacer una reflexión profunda sobre la historia de la relación.

Lo que aparece: el temor a no volver a confiar, a descubrir que la pareja es un desconocido (¡nos pone en alerta permanente!), la mirada crítica de los demás, el deseo de no provocar un dolor a los hijos, el miedo a la soledad y a la carencia de recursos económicos. 

También, y fundamentalmente, existe la oportunidad aceptar que las contradicciones son parte de la vida humana, y que puedo pensar y convencerme en “no ceder ni un ápice en no perdonar”, pero también puedo considerar que “si yo lo hiciera desearía que el otro comprendiera y me perdonara”. Aclaro: la humillación, la dominación, el control, la violencia, no se negocian. Hablo de situaciones de infidelidad como transgresión al acuerdo de fidelidad, no de aquellas relaciones que reproducen actos de violencia.

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