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Pasó tres años preso por un crimen que no cometió: "Nunca voy a poder borrar el horror y la violencia que viví tras las rejas"

En noviembre de 2015 a Diego Chávez lo procesaron por el asesinato de un policía. Aquí relata las golpizas en la cárcel, los traslados por los penales, el desconsuelo de su familia, los errores y la animosidad procesal. Una cadena de injusticias que llegó a su fin el último 24 de junio, cuando quedó en libertad

A las cinco de la mañana del 12 de noviembre del 2015, Diego Chávez (26) se despertó con los golpes en el portón. Antes de que pudiera levantarse de la cama, la Policía estaba adentro de su casa después de patear la puerta.

"Eran varios, con cascos y escopetas. Nos gritaban para que nos tirásemos al piso. A mi cuñado lo agarraron de los pelos. A las mujeres las enceraron en un baño. A mí me pusieron los precintos cuando estaba en el suelo y me preguntaron mi nombre. 'Diego Chávez', contesté. Se miraron y dijeron: 'Es este'", relata sobre la madrugada en que lo detuvieron por un crimen que no había cometido.

"No entendía nada. Tenía la mente en blanco. Recién me di cuenta de lo que estaba pasando cuando me llevaban a la DDI de General Rodríguez. 'Cagaste pibe. Vos mataste a un policía', me dice uno de los uniformados. 'Se confundieron de persona', le contesté, convencido de que sólo me comería un rato preso de garrón", agrega mientras toma un vaso de gaseosa.

Ahora, a solo diez días de haber salido en libertad, Diego habla con Infobae en la cocina de su casa de Paso del Rey, Moreno. Ahí dónde lo detuvieron -y hoy vive con Ornella, su novia, y la familia de ella- relata el calvario que vivió tras las rejas durante tres años, siete meses y doce días por un asesinato que no cometió. Lo acusaban de haber matado al oficial José Fernández, de 30 años, en su casa del barrio La Perlita, en la misma localidad, crimen que había ocurrido seis días antes de su detención..

Y lamenta las malas compañías: "¡No sé para qué mierda anduve ahí!".

Cuando llegó el día de la rueda de reconocimiento, Diego estaba muy seguro de que se iba a su casa. "Pero me dicen: 'Número 3, al frente'. La viuda había dicho que fui yo. Ahí se me cayó el mundo abajo. Al otro día me llevaron a la Unidad Nº 28 de Magdalena. Mientras iba llegando al penal me daba cuenta que estaba preso de verdad", cuenta. Para colmo, el abogado le aconsejó que no declarara en pos de buscar una estrategia. Y él, de los nervios, le hizo caso. Recién cuando llegó a Magdalena sus compañeros de celda lo avivaron: si no había declarado, se estaba haciendo cargo.

Desesperados, su mamá, su novia y sus hermanos se pusieron a investigar qué había pasado. Sabían cómo moverse en el barrio. Entonces, un conocido le dijo al otro: "Fue el Hugo con el Gama". La familia llevó todas las averiguaciones a la Fiscalía, pero incluso después de chequear que Gamarra –que en ese momento estaba prófugo– se había comunicado por celular con el asesino unas horas antes del crimen, no hicieron nada.

"Me tenían preso a mí. No hacía falta", asegura Diego. Y agrega que Gamarra cayó después de un año, por otro robo. Y que ni bien lo detuvieron, cuando le mostraron una foto suya y otra de Hugo (se reserva el apellido porque aun no está procesado), él aseguró "este pibe no tiene nada que ver". Pero, una vez más, la fiscalía tampoco hizo nada.

Diego cambió dos veces de abogado hasta que contrató a Alejandro Boys, un año después de la detención. "Mientras tanto, me hacían todo tipo de pericias, incluyendo las psicológicas. Además, la viuda había dicho que el asesino medía 1 metro 75. Yo mido apenas 1,63. Decía que tenía barba candado. Yo jamás usé barba. Que tenía una pulsera amarilla hippie. ¡Tampoco! Ves el identikit y ¡no tiene nada que ver! Se supone que debía ser alguien de entre 27 y 32 años. Yo tenía 22 cuando me detuvieron. Hicieron todo mal y rápido", apunta Diego.

Y señala que los fiscales tampoco pidieron la prueba de parafina, un estudio que hasta treinta días después del disparo demuestra –si no usan guantes– que hay pólvora en las manos.

Pero además, el proceso judicial de Diego incluyó un derrotero carcelario que repasa con horror. Estuvo un año y medio en Magdalena, hasta que lo llevaron al Penal de Mercedes. "Al año ahí tuve problemas con unos pibes y salimos todos lastimados. La policía me hizo nueve agujeros con la balas de goma en una pierna. Perdí mucha sangre y todavía tengo un perdigón. Entonces me trasladaron a Junín. Cuando entré al pabellón, me cagaron a palos y me robaron todo. Mi vieja y Ornella me vieron con el ojo hinchado y rengueando. ¡Durísimo! Mi abogado sacó un hábeas corpus y a la semana me trasladaron a la Unidad Nº 21 del Penal de Campana", relata con la voz entrecortada. "Ahí pasé el último año y me encontré con Gamarra. Hablamos mucho… Aclaramos las cosas", apunta.

"Una vuelta, cuando me llevaron a hacer pericias a Mercedes, me dejaron en una celda dónde me apuñalaron en el brazo para robarme las zapatillas. No me las pudieron sacar", asegura sobre un mundo superpoblado de violencia, marginalidad y dónde los derechos más básicos son violados.

"Ahí ves como apuñalan y se desangra el de al lado. El horror y la violencia que vivís ahí adentro te queda todo en la cabeza y no te lo podés borrar…Yo trataba de mantener tranquilo, pero a veces te tenés que defender. Y encima los policías me trataban mal porque creían que había matado a uno de ellos", recuerda y cuenta que iba al colegio y hacía cosas "porque sino te volvés loco". Entre Magdalena y Campana cursó segundo y tercer año del secundario.

Frente al tribunal

Al año y medio de estar detenido (en 2017) a Diego le dijeron que tenía fecha de juicio para el 24 al 27 de junio de 2019. Alguien le habló de la posibilidad de un juicio abreviado, pero para él no era opción aceptar un crimen que no había cometido.

La noche anterior al primer día de juicio no durmió. Estaba con Gamarra, en Mercedes, en una celda helada y sin baño. "Que se termine todo esto", pensaba y no aguantaba más. Pero su compañero le aseguraba que él iba a explicar cómo habían sido las cosas.

Su declaración y la de Gamarra estaban pautadas para el último día del juicio en el Tribunal Nº 3 de Mercedes. En contra de la sugerencia de su letrado, Gamarra insistió en que quería hablar antes. "Este pibe se está comiendo un re garrón. Yo necesito declarar", le dijo a su abogado. ¿Lo primero que dijo? "Diego Chávez no tiene nada que ver. No sé porqué está acá".

Después contó cómo habían sido los hechos. Que él había roto la ventana y se había metido en la casa. Que habían entrado a robar. No a matar. "Contó toda la verdad y encuadró en horarios con lo que tenía la fiscalía. Los jueces se quedaron mirando. Y mi abogado, que estaba sentado adelante mío, me hizo una seña de pulgar para arriba", recuerda Diego.

Entonces, cuando la viuda pasó al frente, le preguntaron si estaba convencida de que Chávez era quién había matado a su marido. "No, no estoy segura. Lo apunté porque era medio cachetón", alegó y lo repitió cuando volvieron a preguntarle.

"Yo estaba muy nervioso. Ni siquiera podía llorar", apunta Diego. Después, fue el turno del padre del oficial asesinado, que dijo: "Yo no sé que pasó. Pero que pague el que tiene que pagar. No cualquiera". Además, pasaron Ornella y la suegra de Diego contando qué habían hecho ese día a esa hora: compraba una Coca en el kiosco a la vuelta de su casa.

Una hora más tarde, los jueces leyeron la sentencia. "Dijeron: 'Diego Chávez, absuelto' y sentí un gran alivio. Ni siquiera hizo falta que declarara. En dos horas se cayó un juicio que iba a durar tres días. Cuando me abrieron el portón había una banda de gente esperándome, además de mi familia y amigos. Pero recién hace un par de días caí en la cuenta de que estoy libre, cuando fui a Capital y vi edificios en lugar de muros. Por fin estaba en la calle", asegura.

El tiempo perdido

Hoy Diego sólo piensa en rehacer su vida. La tarde anterior al diálogo con Infobae, se enteró que se había quedado sin trabajo. "Laburaba en una fábrica de velas. Siempre me decían que me guardaban el lugar. Había estado trabajando ahí cuatro años. Pero fui a hablar con el jefe, pensando que me iba a decir que arrancara el lunes, y me explicó que bajó mucho la producción… Así que ahora mi prioridad es conseguir trabajo. Además tengo que pagarle al abogado", asegura. Y cuenta que cree en Dios y tiene un santo: el Gauchito Gil.

"Ahora sé con quién me junto, quién importa y quién va a estar siempre. Pasar por la cárcel me cambió todo. Me volví más frío. Ornella –que está conmigo desde que tenemos 16 años– y mi mamá pasaron por mucho en todo este tiempo… Fueron a los medios de comunicación pidiendo justicia. Y para venir a verme vivieron cosas injustas", se emociona.

Continua con los ojos llenos de lágrimas: "Quiero disfrutar de Benjamín, mi ahijado, que lo conocí en la cárcel. Mi hermano me vino a ver un día a Mercedes y me preguntó si quería ser el padrino de mi primer sobrino. Lo tuve en brazos y es hermoso. No lo pude disfrutar… A veces hacíamos video llamada. Tenía miedo de que no se acordara de mí cuando saliera, pero por suerte me sigue a todos lados", detalla.

Y así termina de explicar lo inexplicable. "Como no pudieron agarrar a nadie, me empapelaron a mí", asegura con un nudo en la garganta.

"Estuve preso 'de onda', como decimos en el barrio. Yo trabajo. No robo. Tardaron en empezar el juicio porque hay tantos presos, que la Justicia se hace lenta. Me preocupa que hay muchos pibes como yo comiéndose estos garrones. Pensar que a mí, por un porro… ¡me acusaron de un homicidio!". finaliza.

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