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Pedirle pericia a la Conmebol es como pedirle seguridad a Bullrich

Guillermo "Memo" García Por Guillermo "Memo" García | 25 de Noviembre de 2018

Esa mezcla de pena, tristeza y dolor fue lo único que ayer ganó. Era un sábado con pronóstico de fiesta, pero esos intensos sentimientos que resumen una profunda angustia terminaron ganando otra vez la pulseada. La realidad sorprende a cada rato. Cuando se suponía que el triste episodio que protagonizó Adrián “Panadero” Napolitano en la Libertadores 2015, en La Bombonera, había sido el límite, germina asombrosamente un evento superador.

Hoy, el bochorno vuelve a ser de alcance mundial. River y Boca no pudieron jugar la final. El salvaje ataque al micro xeneize fue el puntapié inicial de una tarde-noche vergonzosa, lastimosa y por momentos, payasesca.

La versión oficial habla de una emboscada y un “vuelto” de los Borrachos del Tablón por el allanamiento que terminó con el secuestro de 7 millones de pesos y 300 tickets. Pero esa excusa no alcanza. ¿Cómo se explica que quienes estaban al borde de Avenida del Libertador se formaran en pasillo para apedrear el micro? ¿Cómo se entiende que no haya habido custodia policial en los metros finales del trayecto del bus de Boca, sobre Lidoro Quinteros?

También dicen que son un grupo minúsculo de inadaptados. No es tan así. Son muchos. Muchos más de los que varios suponen. Y además están perfectamente adaptados a un sistema que garantiza y vitorea una oscura pasión, donde el adversario es un enemigo, al que por supuesto hay que ganarle, pero también humillarlo, agredirlo y si es posible, matarlo. Eso que son “unos pocos inadaptados” es apenas un pretexto.

¿Qué dirá ahora Patricia Bullrich, la mismísima ministra que ostentaba con el G20 para hablar de la seguridad de la final: “Si tenemos un G20 ¿No vamos a dominar un River-Boca?”, había asegurado públicamente.

La violencia en el fútbol desviste las miserias de una dirigencia política que no es capaz de remediar inmensa problemática. O no quiere hacerlo. ¿Cuántos se horrorizaron con la política -o los manejos- de don Julio Humberto Grondona? ¿Cuántos se pararon en la vereda de enfrente del exmandamás de la AFA? En la comparación con el paraguayo Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol y Gianni Infantino, titular de la FIFA, a partir de la reprochable e incoherente conducta de presionar para jugar el partido si o si ayer ¿Cuántos no pensaron al menos por un breve instante en reconsiderar el concepto respecto de don Julio?

Es cierto. Si la Conmebol no tuvo la necesaria habilidad de certificar que jugadores como Carlos Sánchez, Bruno Zuculini o tal vez “Wanchope” Abila, arrastraban suspensiones, exigirle sapiencia para dirigir esta crítica situación resultaba indudablemente descomunal. El endemoniado comercio del fútbol no contempla razones sino dinero. Y de verdad parece no importar demasiado  contar con la violencia como causa casi excluyente y la impunidad como aliada.

Frente al escándalo y el desconcierto, una tenue luz mantuvieron encendida Daniel Angelici y Rodolfo D'Onofrio. Los presidentes coincidieron en una postura de sensatez y lograron aplazar el partido a última hora. Fue la mueca más saludable de una jornada que demandaba de manera ineludible un poco de sentido común, el sentido más ausente de todos los sentidos.

Desde el lugar que cada uno elija posicionarse, ninguno de los análisis podrá escapar de la cultura argentina. No se adorna con lindas declaraciones ni cajitas felices. Es educación, son años de una forma de ser, de una manera de tomarse el deporte. Porque esto así es una guerra, no una fiesta. Y aunque el campeón festeje en buena ley o la cuenten como quieran.

Lo más complicado es verse reflejado en el espejo de la realidad, donde lo que se evidencia es una sociedad culturalmente enferma que prioriza camuflarse a curarse.

El autor es Periodista, Jefe de Redacción de PRIMERA PLANA.

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