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Periurbanos y fumigaciones, una lucha que enferma

Desde algunos barrios juninenses y en los espacios urbanizados de los pueblos, sus habitantes se ven afectados en forma permanente por una lluvia de agroquímicos que muestran que si hay algo que falta en la comunidad son funcionarios y dirigentes que le den a la salud una importancia primordial.

Pasa en Morse, en el camino a la laguna y en Agustina. Ocurre en La Agraria, en el barrio San Carlos o en Agustín Roca.

Los habitantes se quejan de las fumigaciones y los productores agrícolas de la gente.

Parece una discusión entre sordos, en la cual el Estado local se lava las manos, atado a las presiones de las entidades amigas y a los personeros que tienen como socios políticos entre sus filas.

Concejales con campo, de uno u otro lado, hacen la vista gorda. Concejales con títulos médicos, que juraron trabajar por la salud, no se informan y repiten como loros argumentos arcaicos.

La ordenanza regulatoria de estas prácticas cada vez más dañinas, no se cumple a rajatabla.

¿Acaso alguien puede confirmarle al inspector municipal que hay dentro de la pulverizadora y si esa receta agronómica es real?

Un solo funcionario municipal debe ocuparse de todo el trabajo que implica verificar que se fumigue en forma correcta, en tiempo y forma, con los productos adecuados y en los campos que se indica.

Un solo funcionario no alcanza para nada que sea la prevención de la salud y eso se nota.

¿Pero pueden importarle algunos litros de glifosato apuntados a los vecinos a una secretaría de Salud a la cual no le importó que no tuvieran vacunas las salitas de los CAP?

La situación es vergonzosa y si no se logra frenar la andanada de prepotencia y venenos, la grieta se hará cada vez más profunda y la violencia estará cada vez más cercana, tal como ha ocurrido en otros sitios del país.

Los de "Segunda"

La denominación de zona periurbana siquiera está claramente definida, por lo que menos aún pueden estar incluidos sus habitantes.

Estos territorios de interfaz representan espacios de transición entre lo urbano y lo rural, y su conformación responde al crecimiento de las ciudades a lo largo de la historia.

Su dimensión y características difieren según el tamaño de los centros urbanos, su dinámica demográfica, económica y las capacidades de las normas urbanas de regular su expansión.

Periurbano es un término que no forma parte del diccionario de la Real Academia Española, pero es utilizado desde finales de los años 70, originariamente en Francia.

En español empieza a utilizarse con la investigación dirigida por los sociólogos españoles Mario Gaviria y Artemio Baigorri, en el Área Metropolitana de Madrid, entre 1981​ y 1984.

En aquel proyecto se propuso todo un programa de acción pública para regenerar el espacio periurbano de Madrid, desarrollando políticas agrarias, de ocio, de ordenación de usos, etc.

Hoy en Junín quienes pudieron construir su hogar en un terreno ubicado en los bordes de la ciudad se quejan de las actividades agrarias con químicos, y los productores que fumigan se quejan por esos “nuevos vecinos” que llegaron allí, cuando ellos “hace 30 años que siembran y cultivan su campo” aledaño.

Un alegato realmente poco profundo, ya que si fuera valedero seguirían fumigándose en los alrededores de la plaza del pueblo. Sitio original desde donde comenzó a gestarse la ciudad.

Pasa entonces que el espacio periurbano es un espacio que se define por la indefinición: no es campo, ni es ciudad.

Se refiere a una situación de interfase entre dos tipos geográficos aparentemente bien diferenciados: el campo y la ciudad.

Incluso para los especialistas es de difícil definición conceptual y delimitación, cuenta con la desventaja de que es un territorio “resbaladizo”, en situación transicional, en permanente transformación (o con expectativas de ser transformado), frágil, susceptible de nuevas intervenciones.

Con el paso del tiempo, el periurbano “se extiende”, “se relocaliza”, “se corre de lugar”. Se trata de un territorio en consolidación, bastante inestable en cuanto a la constitución de redes sociales y de una gran heterogeneidad en los usos del suelo.

La heterogeneidad de los espacios periurbanos se expresa, entre otros aspectos, en la multiplicidad de usos y actividades que los integran: nuevos loteos residenciales abiertos, barrios cerrados, complejos recreativos y turísticos, asentamientos informales, polos industriales, espacios naturales, basurales, equipamientos urbanos y otros, que conviven en estos territorios, a veces en situaciones de colindancia conflictiva.

Conflictos crecientes

Podría asegurarse que cada delegado de pueblo tiene quejas por fumigaciones. Por el peligro que entrañan, por algunos vecinos con problemas respiratorios o dermatológicos o por lo olores “a venenos” que llegan desde el campo.

Algunos denuncian y son patoteados, otros lo hacen y son ninguneados. La mayoría termina por callar porque “no quiere quilombo”.

La semana pasada hubo otra vez denuncias por fumigaciones cercanas al camino al balneario y al barrio San Carlos.

El fumigador del campo, que ya ha tenido otras intervenciones fuera de lugar, fue multado por estar aplicando agrotóxicos cuando había viento superior a lo permitido, por lo que el efecto termina enviando los químicos a cualquier lado menos a la planta.

Nadie puede asegurar hoy, en un cultivo convencional de trigo, maíz o soja que cumple con la ordenanza 6425 que propone una franja de amortiguamiento de 500 metros (Franja Verde) ya que en cualquiera de esos cultivos en algún momento de su desarrollo se requiere aplicar algún producto que sea perteneciente a las clases III, II y I.

Sin embargo, en los pueblos y en sectores perirubanos, a pesar de la ordenanza se cultiva y se fumiga pegado a las casas, bajo el manto de silencio con que lo cubren todas y cada una de las fuerzas políticas y entidades intermedias de la ciudad.

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