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Rubén “Piojo” Iriarte, uno de los culpables de la auténtica grandeza de Douglas Haig

Rubén “Piojo” Iriarte, ese fanático hincha de Douglas Haig, que tuvo la capacidad de transformarse en uno de los dirigentes que lideró la revolución del futbol rojinegro, de ese grupo de conducción que marcó las bases para el cambio definitivo en el rumbo, falleció el jueves, a los 71 años.

“El Piojo”, que no podía parar y hasta no dormir por Douglas Haig, fue uno de los principales responsables que forjó para el club un destino de grandeza. Porque hablar de él en la historia del fútbol rojinegro es palabra mayor.

La semilla de su vínculo con el club no demoró en germinar. Termino siendo amor verídico, que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Pero que como no podía ser de otra manera, tuvo el don de viciar a los suyos como el legado preferido.

Fue un exquisito volante generador de juego con la casaca rojinegra, dirigente modelo, de esos que -como otros de su camada- aparecen muy de vez en cuando en las historias de los clubes y hasta entrenador. Porque alguna vez tuvo que asumir excepcionalmente ese rol por la renuncia del DT de turno, cuando Douglas Haig enfrentó a Lanús, de visitante.

En el club se ganó el título de “padre del profesionalismo”. Los testigos presenciales de una tristísima noche de 1978, cuando el rojinegro cayó derrotado ante Juventud, en una final del campeonato de la Liga, fue uno de los poquísimos hinchas -por no decir el único- que se mantuvo firme, entero y con una visión netamente superadora.

Mientras la angustia y el dolor se paseaban por la sede de San Nicolás 44, “El Piojo” juró el renacimiento del fútbol de Douglas Haig: “Se terminó. No perdemos más finales”. A la mañana siguiente ya estaba al frente del proyecto y Douglas Haig conformó el mejor plantel de la ciudad, con mayoría de jugadores provenientes de Lucini. Así y tal como lo había prometido aquella inolvidable noche de la final perdida, Douglas Haig se consagró campeón de manera consecutiva desde 1979 a 1985.

Esos siete títulos no solo hicieron olvidar y superar el récord de los cinco torneos ininterrumpidos obtenidos por Trafico’s Old Boys sino que además fue la base del equipo que obtuvo, en 1986, uno de los logros más importantes en la vida de la institución: el ascenso al Nacional B.

La participación en la segunda división del fútbol argentino era el gran anhelo de Rubén “Piojo” Iriarte, como el de muchos de ese grupo de dirigentes notables que integraba. Y no se detuvo hasta que el club pudo conseguirlo. Contagió a cada uno de sus pares para predicar con el ejemplo la pasión que sentían por el rojinegro.

Hay algo mayor. Desde ese logro histórico, Pergamino se hizo conocido por Douglas Haig.

El nombre del “Piojo” está marcado a fuego en la existencia del club, encabezando luchas titánicas por un rojinegro siempre protagonista. Nunca se resignó, nunca abandonó, nunca dejó de intentar alcanzar el escalón de arriba para Douglas Haig, haciendo que la institución tenga esta historia tan diferente al resto.

Su personalidad no derrochaba simpatía, pero era extremadamente respetuoso de aquel que pensaba distinto respecto del fútbol. Entonces tenía un espíritu participativo y abierto. Hablaba con todos por igual: barras, hinchas, simpatizantes, adherentes, socios y dirigentes. Y del primero al último sin importar el tiempo que le demandara atender a quién sea u ofrecer las explicaciones que fuesen necesarias, las veces que correspondiere. Esa virtud lo transformaba en el dirigente que tenía la llave para convencer a la gran mayoría de sus pares que eran dueños de conductas conservadoras. Una tarea extremadamente compleja y desgastante en aquella época.

Su vigoroso poder de convencimiento también comprendía a los jugadores que se querían ir del club como a los que había que contratar en el inicio de cada temporada profesional.

Hubo otros dirigentes hombro a hombro con él en ese grupo de inolvidables. Cada uno hizo su parte esencial. Algunos ya se fueron, como el jueves lo hizo Rubén “Piojo” Iriarte. Ese valor tenaz e incansable en favor de Douglas Haig, adelantado de los aspectos dirigenciales,  solidario a lo largo y a lo ancho de la vida del club. Un hincha que encontró su lugar como indispensable dirigente, que no solo tenía sangre roja; sino también negra.

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