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¿Sos adicto al amor?

"Ojalá te enamores" es una antigua maldición árabe. Lo interesante es que no se trata de una bendición, sino de una maldición. ¿Por qué habrán pensado semejante idea?

Nuestra sociedad contemporánea busca el amor y la felicidad como nunca antes en toda la historia. Sin ir más lejos, hasta hace menos de un siglo muchos de los matrimonios de Occidente surgían de acuerdos por conveniencia, pactados por las familias.

¿Y los novios? Bien, gracias. A nadie parecía importarle mucho qué opinaban los protagonistas. Aun hoy, en países árabes y asiáticos, se siguen celebrando millones de matrimonios por acuerdos entre padres, y no por el sentimiento de los futuros cónyuges. Lo que es peor, tienen menos índices de fracasos que los que tenemos en Occidente, con nuestra bendita libertad…

¿Por qué será entonces que buscamos con tanta desesperación ese sentimiento que nos hace tocar el cielo con las manos, pero también conocer el abismo? Dicen que el amor no tiene gama intermedia: máximo gozo o máximo sufrimiento. Y a veces la distancia que separa el paraíso del infierno puede ser un milímetro, un instante.

Ese sentimiento tan frágil, volátil, arbitrario, inestable, cambiante, que creemos eterno (pero no lo es), a veces nos ilumina y otras nos arruina la vida. ¿Cómo es posible?

Uno de los padres de la psicoterapia decía que no existe mayor momento de disparate que cuando estamos enamorados. Idealizamos al otro en una forma desproporcionada, inhumana. Lo vemos más bello, más bueno, más inteligente, más genial de lo que es. Mucho más. Sin saberlo, estamos cavando nuestra propia fosa, preparándonos para cuando el péndulo se vaya al otro extremo.

El problema es que en realidad no estamos viendo al otro. Solo proyectamos una imagen que necesitamos, que se ajusta a nuestras necesidades y carencias, que creemos que vendrá a solucionarnos la vida. "Sin él —o ella— el mundo no sería lo mismo" nos decimos. ¿A quién no le gustaría vivir permanentemente en ese estado?

Hoy la ciencia moderna ha comprobado que estar muy enamorado, además de potenciar al infinito a nuestro sistema inmunológico —nadie enamorado se enferma—, se parece mucho a una adicción severa. Estudios neurológicos muestras activaciones de regiones del cerebro similares a un adicto a una droga dura.

Todos en cierta medida hemos sido o somos adictos al amor. La necesidad de ser queridos, reconocidos, valorados, sabernos especiales, únicos. Y es esa necesidad, esa búsqueda, la que nos lleva a extremos que lo único que nos generan es más dolor.

Al final del día, se trata de vivir lo que tengamos que vivir, pero sin inflarlo, ni tampoco pretendiendo que sea nuestra tabla de salvación. Porque nuestra vida no necesita ser rescatada. Solo necesita ser vivida.

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