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Un suplicio interminable

Ernesto Tenembaum Por Ernesto Tenembaum | 26 de Septiembre de 2018

En abril de este año, Guido Sandleris asistía en Washington a la tradicional spring meetingdel Fondo Monetario y el Banco Mundial. Durante esos mismos días, los grandes bancos y fondos de inversión suelen organizar actividades paralelas. En una de ellas, le preguntaron a los inversores cual sería el mejor país del mundo para invertir en el 2018. Sandleris disfrutó en vivo y en directo al ver cómo la mayoría de los asistentes apoyaba su dedo índice en el sector de la pantalla del iPad donde figuraba el territorio argentino. El gradualismo no tenía nada que temer: había dinero para rato.

Dos semanas después, en un aeropuerto, Sandleris se encontró casualmente con dos administradores de Fondos quienes, alterados, le expresaron su nerviosismo respecto de los números argentinos. El intentó aclararles que no era así, que magnificaban los problemas. Cuando se separó de ellos, marcó el número de Luis Caputo, por entonces ministro de Finanzas:

Creo que tenemos problemas serios— le dijo

Ninguno de los dos –ni ninguna otra persona en el mundo– imaginaba la magnitud de esos problemas. Estaba por producirse un fenómeno muy estudiado por economistas como Sandleris, que se llama "sudden stop" (freno súbito). Con el correr de los días, Sandleris y Caputo se sorprenderían por la violencia de ese cambio.

A principios de mayo, solo quince días después de aquel lejano día de euforia, Sandleris volvía a Washington. El gradualismo ya había muerto. Su objetivo ahora era articular un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional porque el dinero, en lugar de llegar a raudales, huía despavorido. Su compañero de viaje en esa aventura era Federico Sturzenegger, por entonces presidente del Banco Central.

En el arranque de esta nota, Sandleris era jefe de la Unidad de Coordinación del Ministerio de Economía, Luis Caputo era ministro de Finanzas y Federico Sturzenegger presidente del Banco Central. Parece hace un siglo.

¿Alguien podría asegurar que el próximo párrafo no incluiría nuevos cambios si esta nota tuviera que escribirse en unas horas?

En cualquier país la renuncia del presidente del Banco Central es un hecho ciertamente inusual. Se supone que ese cargo debe tener una jerarquía que lo aleje de presiones circunstanciales y urgencias electorales. Es demasiado serio para andar jugando con él. Que renuncien dos presidentes del Banco Central en 4 meses, ya es un hecho exótico, aun en el país de los cinco presidentes en una semana. Si además, en ese mismo período, se van el vicejefe de Gabinete y el ministro de Energía, cualquier observador externo percibirá un gobierno en descomposición. A la nómina hay que agregarle el ya mencionado Sebastián Galiani. Son datos alarmantes. Naturalmente, a la renuncia de Luis Caputo, le siguió un salto en el dólar y más venta de reservas.

Su asunción revela que, paso a paso, Dujovne se va transformando en el superministro que resistía Macri. Bajo su órbita quedó casi todo. Pero, ¿no se trata del mismo Dujovne que estuvo a punto de renunciar hace tres semanas, cuando la Casa Rosada le ofreció su cargo a Carlos Melconián? ¿El poder es suyo o de los burócratas del Fondo que voltearon a Caputo? Todo es un tembladeral.

Hace varias semanas que los hombres de Dujovne advertían de su distancia con Caputo. Hay un episodio público que revela la existencia de esos conflictos. A principios de septiembre, el fin de semana posterior a la corrida que depositó el dólar en los 40 pesos, se había anunciado un viaje de Dujovne y Caputo a Washington para negociar con el FMI. A último momento, Caputo se bajó del avión. "Es necesario en la Argentina para manejar personalmente la corrida contra el peso", dijeron en el Banco Central. "No es cierto –aclararon desde Hacienda– Se bajó porque en el Fondo es muy resistido. Ellos creen que Caputo usa reservas sin consultarlos y se patina así la plata del préstamo. Además, le adjudican con razón el anuncio que hizo el Presidente en medio de la corrida de un nuevo acuerdo con el Fondo que no existía".

En el Banco Central, admitían los conflictos con el Fondo Monetario. En privado, Caputo relata estas últimas semanas como un suplicio interminable donde él peleaba para intervenir sorpresivamente en el mercado y los funcionarios del Fondo le ataban las manos. Así explica que el dólar subió a cuarenta –cuando el FMI lo obligó a dejarlo flotar–, que fue controlado con las primeras intervenciones sorpresivas, que se soltó cuando el Fondo impuso otra vez su visión y que volvió a su cauce cuando otra vez desobedeció. Dujovne y Caputo coinciden en que el FMI detestaba a Caputo y por eso puso como condición la renuncia del segundo para anunciar el nuevo acuerdo.

Ahora, si Caputo pudo controlar el dólar, ¿por qué no se aplazó su renuncia para luego de unos meses de tranquilidad cambiaría? ¿Tan poca autonomía le queda al Presidente que no puede defender a un hombre de confianza que, además, le sirvió en estas semanas?. Por otra parte, si el dólar subía cuando el FMI tomaba solo algunas decisiones, ¿qué pasará ahora que el FMI tomará todas las decisiones? En el Gobierno creen que el nuevo acuerdo, cuyo anuncio formal es inminente, cambia esa situación: sin déficit fiscal primario, con mejores cuentas externas, sin la presión de las Lebacs, el tipo de cambio se estabilizaría. Es como decir que lo peor ya pasó: apenas un pronóstico más.

En este contexto, el lunes, durante una cena de gala, pocas horas antes del inicio de un paro general de una enorme potencia, el presidente Mauricio Macri prometió en Manhattan hacer de celestina entre el pueblo argentino y Christine Lagarde, la presidenta del Fondo Monetario Internacional. El FMI tiene la peor fama en la Argentina. Su regreso al país se produce durante un año terrible. ¿Qué necesidad tiene un presidente de asociar tanto su imagen, de por sí alicaída, con una de las organizaciones mundiales más resistidas por sus votantes?

Algunos de sus funcionarios argumentan que el cambio de clima fue tan brutal desde abril que ningún ser humano sería capaz de absorber ese cachetazo: cualquier quedaría grogui, al borde del knock out. Pero esa mirada piadosa no resuelve el problema.

"I am ready to run", dijo el Presidente cuando le preguntaron por su reelección. Se vienen semanas claves. Recién después de ellas se sabrá en qué dirección lo hará.

El autor es periodista. La nota fue publicada originalmente en Infobae

 

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