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Viejas y nuevas pobrezas en Argentina

Ana Wortman Por Ana Wortman | 27 de Mayo de 2019

En términos históricos, no hace muchos años que la sociedad argentina tiene pero además piensa que una parte significativa de su población vive en la pobreza.  En el imaginario de los albores del siglo XX la Argentina se representó como un país rico y próspero al cual se podía emigrar y más bien salir de la pobreza y vivir en paz. Con ese discurso vinieron alrededor de 4 millones de europeos pobres, entre 1880 y 1930.  Luego vendrán más escapando de Guerras, serán más urbanos y de orígenes sociales más variados. También se afirmaba que en la Argentina no había hambre, nuestros abuelos y bisabuelos habrían sufrido hambre en aldeas postergadas de Europa, hambre se sufría en las persecuciones, en las guerras o en situaciones de esclavitud, etc. Pero no en Argentina.  Sin embargo, ese imaginario de país rico convivía con la pobreza urbana y rural, más o menos subdesarrollada según las regiones del país. 

Por esa razón, desde la primera mitad del siglo XIX existió la Sociedad de Beneficencia y más hacia el siglo XX, los inmigrantes organizaron sociedades de socorros mutuos, mutuales etc.  que asistían a quienes vivían hacinados en conventillos. Luego será el Estado a través de la Secretaria de Trabajo y Previsión y posteriormente los Ministerios de Acción social quienes intervendrán sobre las consecuencias de la vulnerabilidad.  También se sabía que -como sigue ocurriendo en la actualidad- había más posibilidades de vida digna en las ciudades que en el campo y así lo demuestran las estadísticas, a pesar que nos duela diariamente el crecimiento de villas miseria y gente viviendo en las calles, o hacinadas en hoteles.  

En la ciudad existiría la posibilidad de conseguir un trabajo estable y no estacional como en las zonas rurales, así como la posibilidad de acceso a la educación, y la ilusión de mejores condiciones de vida.  Quedarse en el campo suponía seguir siendo pobre, no tener acceso a la salud y tampoco a la educación, a la cultura. Hay pobrezas por las condiciones de explotación y de subdesarrollo de zonas como el NEA y el NOA, y en la región Patagonia.  También especialmente en el Norte siguen existiendo condición de explotación agrícola que incluye trabajo infantil y adolescente. Por lo tanto, el funcionamiento del mercado de trabajo agrícola sigue generando condiciones de pobreza para la gran mayoría de los trabajadores y sus hogares.

En nuestros centros urbanos la pobreza la comenzamos a conocer primero con los conventillos donde se hacinaban los inmigrantes, luego por las villas miserias que se comenzaron a crear en zonas periféricas a los centros urbanos, en el comienzo de los procesos de industrialización por sustitución de importaciones en las décadas del 30.  Sin embargo, a pesar de diversas crisis, se consideraba que pobres eran quienes no tenían trabajo estable, es decir los indigentes.  

El acceso al trabajo formal estable durante mucho tiempo era ansiado como un modo de salir de la pobreza y fue posible en la Argentina. Tener trabajo suponía formar parte de la clase trabajadora y el acceso a diversos derechos y ciudadanía.  Así es como en la Argentina, salvando las distancias a lo que ocurría en los países centrales post segunda guerra mundial, se dieron las condiciones para el crecimiento y consolidación de las clases medias, para el acceso a niveles educativos superiores y para que la pobreza se encuentre acotada a zonas de bajo nivel de desarrollo regional.  

Es a partir de mediados de los años setenta que este modelo económico comienza a modificarse radicalmente tanto por condiciones que cambiaron la dinámica de acumulación del capitalismo mundial, las cuales produjeron un creciente debilitamiento de grandes estructuras organizacionales generadoras de empleo, la desvalorización del trabajo como generador de riqueza y un crecimiento considerable de la dinámica financiera como patrón de acumulación de valor como por políticas económicas locales.  En la Argentina esto fue posible por la concentración de grandes capitales nacionales, la salida de las inversiones extranjeras y la asociación de algunos de estos grupos económicos con la dinámica estatal en el contexto de una tremenda dictadura militar que debilitó a la pequeña y mediana industria nacional, favoreció la importación, generó un creciente desempleo y un cambio rotundo del patrón distributivo como un modo de reorganizar y disciplinar a la sociedad.  

A partir de esos años comenzó a crecer la pobreza a lo cual se sumó un nuevo fenómeno que se dio en llamar la nueva pobreza, sectores medios empobrecidos en su estilo de vida. La pobreza y el hambre pasaron a formar parte de ejes estratégicos de los gobiernos de la democracia argentina. Múltiples seminarios se desarrollaron para pensar este fenómeno que aparecía como nuevo en la Argentina situada en el contexto latinoamericano. 

¿Cómo un país rico que se imaginó como un lugar ideal para salir de la pobreza, debía pensar ahora que generaba pobres? Hacia el final del gobierno de Alfonsín, la hiperinflación produjo un profundo empobrecimiento, provocado por la especulación financiera que terminó de consolidarse con el gobierno de Menem, particularmente en la segunda mitad de los noventa. La imposibilidad de generar empleo fueron junto con la inestabilidad económica factores determinantes de la generación de círculos de la pobreza que fueron constituyendo una sociedad devastada, con una importante cantidad de población fuera del mercado de trabajo formal y también legal y que, en consecuencia, por generaciones se fue perdiendo la cultura del trabajo que constituyó una singular clase trabajadora argentina. 

Lamentablemente los ciclos económicos de relativo bienestar muchas veces dependen en forma extrema de condiciones externas, dada la incapacidad de que los empresarios locales promuevan estructuras sólidas generadoras de trabajo.  La incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo en la actualidad es muy débil y absorbe más jóvenes con alta calificación, pero deja afuera una importante fuerza de trabajo de baja calificación que accede a trabajos precarizados e inestables. Sabemos que una parte importante de los adolescentes y jóvenes ni siquiera termina la escuela secundaria lo que implica el crecimiento de trabajadores de baja calificación y condiciones de trabajo precarias.  Lo mismo el crecimiento del embarazo adolescente a temprana edad también implica más mujeres pobres e infancias vulnerables y proclives a condiciones de vida límites con la ilegalidad, el narcotráfico, etc. En un país arrasado por la dinámica económica financiera, la inflación y el corto plazo, cómo generar motivaciones en adolescentes y jóvenes para seguir estudiando y cuidar sus cuerpos.  Son varias las facetas por donde la política deberá intervenir para generar una sociedad más igualitaria y menos desesperanzada.

La autora es Investigadora del Área Estudios Culturales. Instituto Gino Germani- FSOC-UBA. La columna fue publicada en el diario Diagonales

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