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Violencia anacrónica, ironía digital

Nada debe haber más triste que poner una bomba como gesto político. No hay matices ni sutilezas en algo así. Es la pura violencia y nada más.

Cualquier otro hecho con pretensiones de acto político abre la puerta a la posibilidad de un debate, a un intercambio de ideas, a la chance de estar de acuerdo. Pero frente a una bomba, uno se encuentra absorbido por el horror. No importa lo que quieras explicar o que trates de contar cuáles son tus ideas, tus convicciones. Frente a esa violencia no hay nada que escuchar más que el deseo visceral de mantenerse lejos.

Y sin embargo, la humanidad ha probado ese camino en muchos lugares distintos hasta entender el sinsentido. No hace tanto tiempo que ETA, en España, y el IRA, en Irlanda, cerraron esa etapa delirante. En algún momento, comprendieron que no Iban a conseguir sentar a alguien a una mesa de negociación, y mucho menos generar simpatías y adhesiones.

Esta semana, Buenos Aires hizo un triste viaje a ese pasado. Una bomba explotó en el Cementerio de La Recoleta, otra fue tirada frente a la casa del Juez Claudio Bonadio. Un anacronismo escalofriante. Frente a eso no hay línea argumental posible. Violencia por la violencia en sí misma, buscando vaya uno a saber qué objetivo.

La bomba al juez Bonadio no explotó y, mientras yo escribo, algunos tratan de entender qué la motivó. El problema, a mi entender, es que, como nada lógico puede salir de un atentado, cualquier respuesta es posible. Vivimos en la era de la postverdad, así que solamente es necesario cargar el hecho de sentido, cualquiera este sea.

La bomba del cementerio de La Recoleta sí explotó y dejó un poco más de información para analizar. En primer término, el lugar en el que se detonó fue la tumba de Ramón Falcón. Imagino que ese nombre debe haber trepado exponencialmente en las búsquedas de Google de esta semana. La mayoría de la gente no tiene idea de quién era Falcón, jefe de la Policia Federal a comienzos del siglo XX. La fecha de la explosión también es simbólica. Falcón fue asesinado por un anarquista el 14 de noviembre de 1909.

No hay que ser muy brillante para entender que la bomba fue un recordatorio de aquel hecho. Háblenme de anacronismos. A alguien, se le ocurrió que era una buena idea volar un monumento en un cementerio 108 años después. Imaginen que el hombre murió en un carro a caballos y que su asesino fue enviado al penal de Ushuaia!

Falcón es un nombre difuso para la mayoría de las personas, la bomba no iba a volver a matarlo y, sin embrago, a alguien se le cruzó por la cabeza que era una gran idea y pergeñó un plan. Hizo una bomba con varios caños rellenos de pólvora, les puso un reloj, y fue al cementerio. Hoy, sabemos que se llama Anahí Esperanza Salcedo, que tiene 32 años, y es madre de dos hijas. Esa mujer no pensó que alguien podía pasar por el panteón en el momento de la explosión. Podría haber sido un empleado del cementerio o alguien que va a visitar a un familiar muerto, o simplemente de paseo. Podría haber terminado muy mal para un inocente.

Ella y alguno más creyeron que Falcón no está lo suficientemente muerto (él y su recuerdo) y entonces hay que hacerlo volar por el aire de nuevo. Tres o cuatro generaciones después. Pero Salcedo es una mujer de estos tiempos también. Tiene piercings en la cara, sube fotos en las redes sociales y no puede resistir el hecho de sacarse una selfie antes que su plan se concrete. Y en el momento en que está posando algo falla, la bomba se detona, y la ultima foto que capta su smartphone es la de ella misma siendo herida brutalmente. Es una triste ironía.

Cualquiera que haya leído un poco de historia podría haber anticipado lo que iba a ocurrir después. Allanamientos, detenciones, incrementos en las medidas de seguridad. Para un homenaje anarquista, un resultado que empodera al Estado. Paradoja sí, pero no sorpresa; es la reacción inmediata a un ataque con bombas. No hay mensaje político en eso, no hay nada para sacar de ahí. Una violencia de ese calibre genera terror y eso no es novedad. Algo de otra época vino hasta nosotros, y ahora queda registrado en los diarios digitales. Y en la selfie más patética.

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