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Violencia política, el alarido de socorro de las democracias

Por Guillermo Memo García Por Por Guillermo Memo García | 2 de Septiembre de 2022

El acelerado aumento de la violencia política argentina es una despejada señal de la ausencia y del abandono de los valores democráticos como el derecho a la disidencia y la tolerancia. En una época en la que la libertad de expresión, símbolo de las democracias liberales, se utilizó precisamente para atacar los sistemas democráticos, muchas cuestiones permanecen fuera de caja.

Los crecientes niveles de violencia, que durante la noche del jueves registró el hecho político más grave y doloroso desde el regreso de la democracia, refleja la necesidad de una acción urgente para escuchar un grito de auxilio desaforado.

La política tiene la responsabilidad de retomar la cordura y convocar a quietud a los más exaltados. Ya nadie puede mirar para otro lado. Nadie.

La dirigencia del país, de manera integral, parece -al menos- haberlo entendido a partir del ataque a la vicepresidente, de modo instantáneo. Casi a la fuerza. Se repitieron los mensajes de solidaridad con Cristina Fernández y se condenó la violencia. Se declararon todas las voces que debían hacerlo. Y muchas que a diario favorecen a que el desencuentro y el conflicto sean moneda corriente.

El gran desafío de la dirigencia política es el mismo que el de las últimas décadas. Todos lo saben; todas lo saben, aunque a la mayoría no les convenga aceptarlo: comprender que, sin dejar sus principios, ideas y valores morales, y sin transar tampoco en sus convencimientos, están obligados a pactar un grado de convivencia civilizada, dar el ejemplo, no señalar sin pruebas, no levantar sospechas y no dejar pasar por alto las atrocidades expresadas por bravucones que no honran la democracia, aún siendo aliados políticos de turno.

Hay sectores radicalizados que, en un extremo y el otro de la grieta, representan un serio riesgo para la convivencia democrática que tantas vidas ya se cobró.

La democracia es un bien frágil, una excepción en el marco de la historia política de la humanidad y tenemos el deber de cuidarla. Las descalificaciones y los agravios no conducen a nada, más bien obstaculizan el diálogo, el entendimiento y la búsqueda conjunta de las mejores soluciones para el país.

Ya pasó el momento de la intolerancia. Lo de la noche del jueves debería alcanzar. Es tiempo de la actitud generosa y amplitud de miradas para resolver los graves problemas que aquejan a la sociedad. Ya no es más la hora de la destrucción. Es la hora de la política.

*El autor es periodista, integrante de PRIMERA PLANA y de RADIO MAS (FM 106.7)

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