La preocupación por el uso excesivo de pantallas entre niños y niñas ya no es un fenómeno exclusivo de la adolescencia. Estudios recientes como el de la Universidad Macquarie en Australia demuestran que muchos chicos de primaria ya presentan niveles problemáticos de consumo digital, con consecuencias sobre su desarrollo emocional, físico y educativo. El impacto es global y creciente.
Para la psicóloga Marina Gilabert, especialista en salud mental infantil, el problema no está solo en la cantidad de horas frente a una pantalla, sino también en la calidad del contenido, la falta de acompañamiento adulto y la desconexión con la vida real. “Vemos niños que no juegan, no se mueven, no se relacionan cara a cara con otros”, advierte.
El estudio australiano evaluó a casi 2.000 niños de entre 10 y 14 años y encontró que el 10% hacía un uso problemático del celular, mientras que un 1,2% cumplía con criterios clínicos de adicción a los videojuegos. Los efectos ya se observan en primaria: dificultades emocionales, bajo rendimiento escolar, falta de ejercicio y menor contacto social.
“Los efectos del exceso de pantallas se ven incluso en chicos de jardín”, advierte Gilabert. “Hay una pérdida de habilidades básicas: no saben esperar, tolerar la frustración o aburrirse. El celular está reemplazando al juego y al vínculo humano”.
Las recomendaciones de organizaciones como la Asociación Española de Pediatría son claras: cero pantallas antes de los seis años. Pero la realidad muchas veces va por otro lado. “Las pantallas están presentes desde el cochecito. Es un recurso rápido, pero no inocuo”, dice la especialista.
Para la psicóloga, la clave está en acompañar, no en prohibir. “No se trata de demonizar las pantallas. Se trata de generar contextos de uso saludable, con presencia adulta y tiempos compartidos”, explica. Por eso, propone estrategias concretas:
Gilabert también destaca el valor de enseñar a los chicos a “estar en el mundo real”, conectarse con sus emociones y con los demás. “Hay que devolverles a los niños la posibilidad de vivir con tiempo, juego y palabras”, sostiene.
Desde su experiencia clínica, Gilabert señala que cada vez recibe más consultas por chicos de 7, 8 o 9 años con dificultades de regulación emocional o desinterés por otras actividades. “No se trata de patologizar, sino de mirar el contexto, muchos chicos están solos frente a las pantallas durante horas”, dice.
En ese camino, también surgen propuestas educativas que buscan generar conciencia. En La selva hace clic, un libro que trabajó con el equipo de Coloria, Gilabert aborda el uso de la tecnología en la infancia desde una narrativa lúdica y cercana. “Es una invitación a reflexionar sobre cómo los dispositivos ocupan espacio en la vida cotidiana de los chicos”, cuenta.
Frente a un fenómeno que atraviesa fronteras, como muestra el estudio australiano, la prevención y la educación digital no pueden esperar. “La salida es colectiva: familia, escuela, comunidad. Todos tenemos que repensar cómo acompañamos a los chicos para que puedan crecer conectados, pero también protegidos”, concluye.
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