La ley que limita las reelecciones de intendentes, legisladores, concejales y consejeros escolares en la Provincia de Buenos Aires no abandona la escena política, en el marco de las discusiones por el Presupuesto 2025 y la Ley Fiscal Impositiva.
Los intendentes fueron los que elevaron la voz contra la normativa en vigencia, que fue sancionada en 2016 durante la gestión de María Eugenia Vidal y reeditada en 2021. Es que la mayoría de los mandatarios comunales bonaerenses, del peronismo, pero también algunos de la Unión Cívica Radical y no pocos del PRO, reniegan de la idea de no poder volver a competir en 2027.
En la Provincia, dos de cada tres niños son pobres, seis de cada diez jóvenes no terminan la secundaria, la situación económica no deja de golpear a todos los niveles, a los profesionales independientes, al que produce, a los informales y no hay generación de empleo. ¿Es necesario también explicar cómo sen que nivel se padece la inseguridad?
Lo natural sería que la agenda política debiese girar en torno a propuestas para resolver esos temas.
No hace mucho se buscó poner un límite a las reelecciones de intendentes con el fin de terminar con los barones del Conurbano, enquistados durante años en el poder, que terminaban por consolidar esquemas de poder corrompidos, clientelismo, violencia, ausencia de oposición y prácticamente todos los poderes cooptados.
El PRO, la UCR y la CC apoyaron in totum en 2016 para esa transformación. Ahora, pareciera que la suerte sería otra.
Volver a habilitar la reelección indefinida es un artilugio más, una “avivada” de la política, ya casi sin distinción de frentes o pertenencias, donde en vez de poner en agenda los reales problemas acuciantes de los ciudadanos, terminan en un acuerdo para encontrar un atajo, un “saltarse en la fila”, para dar así un mandato más a la política, a lo que la ley prohibía, dándole así la espalda a la calidad institucional y a la República que se oxigena con el recambio dirigencial.
La sociedad en su conjunto está harta y cansada, así lo expresó en las urnas la última vez y permitió que Javier Milei llegué a la presidencia.
Los bonaerenses le dijeron basta a los privilegios, a las prácticas de la mala política, a quienes creen que desde el Estado pueden hacer cualquier cosa, a quienes sólo miran su ombligo sin ponerse a resolver los reales problemas de la Provincia y de cada uno de sus distritos.
La falta de coherencia entre lo que se dice y se hace también forma parte de ese hartazgo. Los mandatos estaban limitados a dos períodos. Y también hay cansancio con la hipocresía de los propios, de los que dicen representar la calidad institucional, los valores republicanos, pero que no dudan en borrar con el codo lo que escribieron con la mano hace algunos años.
La sociedad mira, analiza, las conductas y comportamientos. La democracia es dinámica. La agenda ciudadana transita por otro andarivel, el que debe ser interpretado por los representantes.
Por supuesto, favorecer la reelección indefinida iría en contra de lo que la sociedad les demanda a los políticos. En un sentido, porque la perpetuación de los mismos nombres, sea como funcionarios o como candidatos alternativos en representación de los agrupamientos opositores, restringe la discusión política, impide la necesaria renovación de la dirigencia y debilita los controles.
El conjunto social tiene la expectativa de que aparezcan nuevas voces que expresen nuevas ideas, para dar forma a nuevas prácticas políticas.
En otro sentido, porque avala un juicio descalificador de la dinámica política que se instaló hace tiempo entre nosotros: la idea de que los políticos nunca se ponen controles y frenos a sí mismos, sino que, por el contrario, se apañan unos a otros para contar siempre con un marco legal que los favorezca.
En las localidades como Pergamino es donde la política debiera esforzarse por cumplir su misión pedagógica, para estimular la participación en los asuntos públicos y la consiguiente deliberación de todos los ciudadanos. La concentración del poder que simboliza la reelección indefinida inhibe esa posibilidad. Y en muchos casos alienta definitivamente la corrupción.
*El autor es periodista
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