Aquel domingo de otoño de 1986 (23 de marzo) quedó grabado a fuego en la historia del fútbol pergaminense. El estadio de Douglas Haig fue testigo de un espectáculo único: la visita de Boca Juniors, uno de los clubes más grandes del país y del mundo, con todas sus figuras. Entre ellas, una leyenda bajo los tres palos: Hugo Orlando Gatti. Su sola presencia en Pergamino generó una expectativa sin precedentes, y tras conocerse la noticia de su fallecimiento en los últimos días, es imposible no recordar aquella jornada con emoción, nostalgia y admiración.
Ciudad revolucionada
Boca llegaba en un gran momento, con un equipo cargado de nombres ilustres: Gatti, Abramovich, Stafuza, Olarticoechea, Rinaldi, Scalise, Melgar, Graziani, entre otros. Douglas Haig, en tanto, vivía su propia ilusión: venía de una campaña destacada y se preparaba para un desafío que superaba lo deportivo. Enfrentar a Boca era, para el pueblo pergaminense, una oportunidad de oro para medirse, ilusionarse y hacer historia.
Primer tiempo intenso
Desde el inicio, el partido se jugó con dientes apretados. El primer tiempo fue discreto desde lo técnico, pero cargado de roces, marca férrea y pierna fuerte. La superpoblación en la zona media hacía que el juego se desarrollara con pocas situaciones de gol. Douglas se mostró ordenado, con una sólida línea de volantes, buena presión y criterio en la salida.
Por su parte los fogoneros tenían en su equipo a Delménico, Rubio, Sperandio, Santachiara, Astudillo, Salse, Astudillo, Jiménez, Sahud y Juan Carlos Ferrari, apostaron a una ofensiva directa. A los cinco minutos, la emoción estalló: tras un córner desde la derecha, el defensor Salse se elevó con fuerza y metió un cabezazo implacable que venció la resistencia de Gatti. El gol fue un mazazo para Boca y una explosión para los miles de hinchas rojinegros presentes. Gatti, figura central de la tarde, quedó clavado en el césped sin reacción. Douglas ganaba 1 a 0 y soñaba con una hazaña.
Reacción de Boca y Gatti
Con el paso de los minutos, Boca comenzó a acomodarse. Aunque no encontraba espacios, empezó a adueñarse del balón. En la defensa, Stafuza y Abramovich ganaban firmeza, mientras que en el medio Melgar intentaba conectar con Graziani y Rinaldi.
Gatti, tras el gol, volvió a ser el de siempre. Seguro, líder, atento. Salió a cortar centros con solvencia y, pese al asedio inicial, supo contener los avances locales. Incluso fue protagonista en un episodio que reflejó su temperamento: tras un violento foul de Sahud sobre Rinaldi, se lo vio dialogar con firmeza con sus compañeros para que mantuvieran la calma. El Gatti líder, el Gatti que ordenaba y cuidaba a los suyos, volvió a aparecer.
Boca lo empata
En el segundo tiempo, Boca metió mano en el banco, buscando cambiar el ritmo del partido. El equipo mostró otra cara y fue más dinámico. A los 40 minutos, tras un gran desborde de Melgar por la izquierda, llegó un centro preciso que encontró a Hoyos, quien definió con categoría para el 1 a 1 definitivo.
El empate fue justo. Boca mostró jerarquía, pero Douglas jugó con el alma. El equipo local no solo le empató al gigante argentino, sino que lo enfrentó de igual a igual, con carácter, inteligencia y entrega total.
Un homenaje eterno
El encuentro se jugó en la cancha de Douglas Haig, en el marco de un amistoso que contó con el auspicio de la concesionaria de automotores Martro. Dirigido por el juez Mario Gallina secundado por Ferreyra y González, fue un espectáculo que trascendió los 90 minutos.
Hoy, casi 40 años después, ese partido cobra un nuevo valor. Porque Hugo Gatti, aquel arquero de vincha, guantes bajos y personalidad arrolladora, falleció dejando un vacío en el corazón del fútbol argentino. Pero en Pergamino, su paso no fue uno más. Fue una jornada histórica, que sigue viva en la memoria de quienes estuvieron allí y vieron de cerca al “Loco” defender el arco xeneize con la pasión que lo caracterizaba.
Aquel 23 de marzo de 1986, Hugo Gatti brilló en Pergamino. Y aunque Douglas haya anotado primero, fue su presencia la que marcó la eternidad de ese partido.
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