En septiembre de 1982, Arturo Illia pronunció sus últimas palabras públicas. No habló de sí mismo ni se permitió el refugio en la nostalgia. Eligió un mensaje de futuro. Habló de democracia, de partidos, de justicia social y de responsabilidad colectiva. Su discurso, lejos de envejecer, parece escrito para la Argentina de hoy.
Illia advirtió que la sociedad es transformación permanente, que la democracia es el método más congruente con la paz y el progreso, y que los partidos políticos son los pilares indispensables de la vida institucional. Fue tajante contra los personalismos: “Hay que desconfiar de una democracia donde el Presidente afirma todos los días que va a hacer la felicidad del pueblo, que va a resolver, él, todos los problemas de los argentinos”.
Más de cuatro décadas después, sus palabras siguen siendo un espejo incómodo. La democracia argentina enfrenta los mismos dilemas: el hiperpresidencialismo, la fragilidad de los partidos, la polarización estéril y la tentación de los liderazgos providenciales. La política parece atrapada entre el estatismo absoluto y el liberalismo extremo, como si todo se resolviera en un péndulo de consignas. Illia ya lo había advertido: “Estos problemas no se resuelven con dogmatismos”.
La clave olvidada: ciudadanía activa
El eje de su mensaje fue la participación. Un partido —decía— debe construirse “de abajo hacia arriba, por hombres y mujeres que se dejen acerar el espíritu”. En otras palabras: no hay democracia sólida sin ciudadanía comprometida.
Ese llamado es urgente en un tiempo donde la apatía se expande y el descreimiento amenaza con vaciar la vida pública. La democracia no puede ser un espectáculo ajeno, reducido a dirigentes y encuestas. Requiere ciudadanos que participen, controlen, exijan y se organicen. La pasividad es el mejor aliado de los autoritarismos y de quienes venden promesas fáciles.
En este punto, las nuevas generaciones tienen un rol insustituible. No sólo por su energía y creatividad, sino porque cargan con la responsabilidad de renovar prácticas, abrir canales de participación y recuperar la política como tarea colectiva. La indignación puede ser un punto de partida, pero nunca un proyecto.
Illia hoy
El radicalismo, si quiere volver a ser una fuerza nacional con vocación de gobierno, deberá volver a estas fuentes: coherencia, defensa del interés general y apertura a la sociedad. Y la Argentina, si pretende resolver sus crisis, necesitará menos personalismos y más ciudadanía activa.
Illia cerró aquel discurso con una exhortación que trasciende las fronteras partidarias: “Radicales, ¡hagamos política! Valientemente, si cabe la palabra. Creo que de esa manera podremos marchar”.
Hoy, esa invitación no es sólo para los radicales. Es para todos los argentinos. La democracia no es un regalo ni una herencia segura. Es una construcción cotidiana. Y sólo sobrevivirá si la asumimos con coraje, sin dogmas, sin mesías y con la convicción de que la política, hecha con responsabilidad, sigue siendo la única herramienta para transformar la realidad.
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