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La conducta ética no es una cuestión de leyes

Guillermo "Memo" García Por Guillermo "Memo" García | 24 de Mayo de 2025

En un país de odios y amores, de fanatismos ciegos y límites que se vulneran, de polarización constante, aunque parezca que a muchos ya no les interesa, es urgente reestablecer un nuevo pacto social que dé cuenta de todos nuestros matices.

La fractura de ciertos códigos que simbolizaban un acuerdo de convivencia pone en evidencia la necesidad de reconstruir los lazos y recuperar la confianza de la sociedad con sus representantes. Y para asumir ese desafío, la política tiene mucho -o casi todo- que cuestionarse, empezando con el “nuevo” ausentismo electoral: casi uno de cada dos porteños no fue a votar el domingo. El 53 por ciento de participación fue el nivel más bajo desde el regreso de la democracia.

La política se redujo a una lucha constante por el poder y una reflexión integral sobre su verdadera esencia y sus fines se vuelve más necesaria que nunca. En su sentido más noble, debería ser un espacio de construcción del bien común, un proceso de interacción, diálogo y deliberación donde diferentes intereses convergen para crear un interés general que trascienda las individualidades. Pero esa visión se ve cada vez más opacada por una realidad marcada por la confrontación visceral y la desconfianza.

La ética de la política exige responsabilidad, que implica equilibrio, prudencia y la capacidad de conciliar intereses disidentes.

Hoy crece a pasos agigantados una corriente que entiende a la política como un campo de lucha entre amigos y enemigos, donde el conflicto es inherente y necesario. Y en ese escenario, los principios éticos quedan relegados a un segundo plano frente a la pugna por el poder y las posiciones.

La teatralización del enfrentamiento desplazó los esfuerzos por construir consensos y convirtió a la política en un espectáculo donde lo hediondo, lo mendaz y lo manipulado parecen ser las únicas herramientas.

Este deterioro no solo afecta la imagen de los políticos. También pone en jaque las instituciones encargadas de garantizar transparencia e integridad.

¿Qué hacer? No quedan muchos caminos. La respuesta pasa por fortalecer nuestras instituciones, promover reformas profundas y apostar por una cultura política basada en principios éticos sólidos. Pero es imprescindible entender que el cambio requiere voluntad política genuina.

Ahora bien, ese comportamiento ético, en esencia, no es una cuestión de leyes, como con claridad lo remarca el fiscal Pablo Santamarina, en su reciente resolución sobre la causa del “direccionamiento de la obra pública” del Estado Municipal.

Se trata de hacer lo correcto, lo que está bien. Ejercer la libertad de decir “no” cuando algo no corresponde. Se debe buscar construir un clima ético, del mensaje de líderes transformacionales dentro de las reparticiones públicas.

 

*El autor es periodista

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