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“Nunca quise ser otra cosa que no fuera actor”

Desde joven eligió los escenarios y el mundo artístico, convirtiéndose en un referente para cada artista de la ciudad

Jorge Alberto Sharry cumple este año 55 años de escenario teatral. Empezó muy joven, pero también incursionó en el periodismo y lo sigue haciendo. Fue durante 38 años docente del Colegio Nacional “Almirante Brown” -también estuvo unos años en el Comercial-. Muchos alumnos fueron testigos de su paso por las aulas y lo recuerdan con significativo cariño. En el “Nacio” fue también el primer profesor de Teatro cuando esta materia se incorporó a los programas de estudio.

 

- ¿Qué recuerdos tiene de su infancia y adolescencia en Pergamino?

- Soy de la generación de los pibes que jugaban en la vereda; teníamos una barra con chicos de dos o tres cuadras a la redonda; guardábamos ramas para encender fuego en San Juan, San Pedro y San Pablo compitiendo por la mejor fogata; nos juntábamos con las chicas del barrio para jugar al carnaval y mojarnos entre nosotros. Soy de la época en que los vecinos se sentaban en la vereda terminada la tarde y nos íbamos comunicando de reposera en reposera con los integrantes de ese pequeño conglomerado barrial. El grupo del barrio era maravilloso, un grupo muy unido, los hermanos Sleive, incluida Susana, Gustavo Piaggio, Queca y Bocha Federici, Mario Silva, el Negro Santoro, Pepo Biaggi, los Comparatto... La adolescencia parte de allí, hacia los clubes, Gimnasia (sobre todo) y Sports, los bailes y las primeras chicas que nos gustaban. Después el secundario y los primeros escarceos románticos en los que el beso era como una victoria futura… y mi primera novia, Nora, con la que estuve desde los 14 a los 19 años y con la que crecí, aprendiendo juntos todo lo que tenía que ver con la vida que estábamos eligiendo y el inicio en el teatro (juntos creamos Juventud de Teatro; Nora era muy buena actriz) y el periodismo. Ella fue mi motor, sin dudas. Y el secundario y la Escuela de Teatro simultáneamente y el amor en los bancos medialuna de la Plaza 25 de Mayo, en donde había pocas lamparitas y los viajes a Buenos Aires con mis viejos en los que vi mi primera obra de teatro: “Así es la vida” de Malfatti y Las Llanderas con Luis Sandrini y Ángel Magaña,  para descubrir en mí una fascinación, difícil de explicar.

 

- ¿Cómo surgió el deseo de ser actor?

- Nunca quise ser otra cosa que no fuera actor. Tenía un amigo del barrio a eso de los 10 años que me decía “yo quiero ser policía” y yo le repetía que “quería ser actor”; mi amigo me miraba con cierta incredulidad; hoy los dos cumplimos nuestros objetivos. No me recuerdo pensando en ser otra cosa. Cuando era muy chico y la televisión no había llegado, escuchaba todos los radioteatros que podía: Héctor Bates, Audón López (El Negro Faustino) y alguno más que aparecía. Me la pasaba con la Spika en el oído, y los domingos mi mamá me llevaba con ella a su cama para escuchar “Las dos caratulas”, que era un ciclo de teatro radial (creo que aún está en Radio Nacional), con obras de la literatura universal. Un día me di cuenta que la trampa de mi vieja era dejarme escuchar todos los “Juan Cuello” que había en la radio solo para que el domingo escuchara esas obras que me sorprendían. Jamás olvidare el encanto y la pasión que me produjo “Fuenteovejuna” de Lope de Vega en ese ciclo y mi vieja explicándomela. Cuando cumplí 14 años, ilegalmente, como había poca matricula, ingresé a la Escuela de Teatro; éramos 36, y cuando vinieron las obligaciones y el estudio, quedamos solo dos; Jorge Abal y yo. Y mi vieja esperándome hasta altas horas de la noche con la comida calentita.

-¿Existió influencia en el contexto familiar?

-Siempre dije que mi madre fue una actriz frustrada, con una madre (mi abuela) muy castradora que jamás le hubiera permitido hacer teatro. Hablamos de fines de los 60 y la mujer todavía era considerada una “loca” o la palabra que le pongan si andaba en esos menesteres. Entonces fue ella la que me estimuló a “oficializar” mi arte. Me acuerdo que, cuando empecé la Escuela de Teatro, me dijo: “La haces, pero con la misma seriedad que haces el secundario”. Nunca me lleve una materia del secundario, ni deje de rendir un examen en la Escuela de Teatro hasta recibirme a los 17 recién cumplidos (noviembre), simultáneamente en Preparación del Actor y Bachiller Nacional. En el medio, mi madre dirigía en la escuela (el Nacio) teatros leídos y encuentros de poesía temáticos; yo siempre estaba. Y así siguió, siempre acompañándome en mi tarea de actor. Cuando hice mi primera dirección en 1996, “Bodas de sangre” de García Lorca, con alguna adaptación, la tuve a ella en uno de los últimos ensayos para darme su aprobación final. Y me quedó aquella sentencia de hacer todo con la misma seriedad y terminar lo que hago; por eso sigo haciendo teatro, porque no le encuentro un final y sé que ella me está dando el visto bueno.

 

- ¿Cuándo y cómo comenzó su profesión periodística?

- Hago periodismo desde muy joven. A los 16 años propuse en Interact, la institución juvenil a la que pertenecía, hacer una revista y ahí fuimos con Carlitos Zinni (inolvidable) y aquella novia con la que nos acompañábamos en todo. Nos fuimos a Buenos Aires y, siendo unos pibes, grabador en mano (de los grandes), reporteamos a Luis Brandoni y Walter Vidarte que estaban haciendo “Las Criadas” de Jean Genet y a Manuel Puig que estaba revolucionando el mundo de la literatura con su “Boquitas pintadas”. Era 1970. Y seguí, me gustaba escribir y, sobre todo entrevistar. Pasé por la mayoría de los medios alternativos de Pergamino y recalé en Show, de la mano de Raúl Della Valle y Chichino Ayestaran, dos maestros del periodismo. En La Opinión escribía en los suplementos. Siempre pago. Hasta que un día del verano de 1987 (enero), estando en Mar del Plata, haciendo teatro callejero, Graciela Venini me aviso que entraría como empleado a La Opinión. Allí estaban mi ex mujer y amiga de por vida (a la que extraño mucho), Claudia Aiello y los grandes del periodismo local: Héctor Del Giudice, Lorenzo Caldentey, Domingo Rivero, Miguel Vencius y tantos compañeros entrañables como el amigo Omar Re, con el que creamos el Festival Nacional de Cine "Luis Sandrini". Pero distingo especialmente a quien me enseño lo que significaba ser un periodista todo terreno, y me valoró como nadie; a quien admiraba con solo ver su forma de trabajar: Roberto Veros, sin dudas, un icono en la historia del periodismo local.

 

- ¿Qué lugar le da a la docencia, después haber ejercido en el mítico Colegio Nacional?

- Siempre digo y reafirmo que tuve la suerte de hacer en mi vida (en lo que respecta a trabajo) lo que quise hacer y ser; y la docencia fue uno de esos casos. Heredada evidentemente de mi mamá, entré como preceptor al amado Nacio en 1980; por el 84, 85 y 86 anduve también por el Comercial. Todas esas pibas y pibes que conocí en el tiempo que estuve, fueron lo mejor que me paso en la vida y, de muchos, aun soy amigo. Me jubilé porque llegó la edad, pero me hubiera quedado ahí para toda la vida. Eso sí; trabaje a mi manera y no fue fácil vencer ciertas mentes conservadoras como las que hablaban de “no ser amigo del alumno” o las que sufrí en dictadura cuando un rector les “arrancaba” a las mujeres, la cinta de colores del pelo y, en forma humillante, las cambiaba por hilo “choricero”; me enfrente en acciones y palabra a todos con los que disentía. Los que me conocen saben que mis enojos en la palabra no tienen límites, pero hoy estoy seguro que todo lo que hice era lo que debía hacer y pibas y pibes de aquella época todavía me lo agradecen; solo traté de que todo fuera más justo, más allá de que arriesgaba mi estabilidad en el trabajo, pero los chicos primero. Vivía en una casa en calle Mitre, a la que denominaban “la casa del teatro”, porque allí se ensayaba; en esa casa pasó su adolescencia mi hija Majo y allí iban mis alumnas y alumnos a desplegar sus actividades teatrales o musicales. Casi sobre el final de mí pasar en el Nacio, cuando llegó el Teatro como materia, tomé esas horas y algo que muchos de mi primera época no imaginaron: me jubilé como jefe de Preceptores.

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