El invierno trae abrigo, comidas reconfortantes y muchas menos horas de exposición solar. Y con eso, un detalle que a veces pasa desapercibido: se complica la síntesis de vitamina D, un nutriente fundamental para la salud ósea, el sistema inmune y hasta el estado de ánimo.
La vitamina D es conocida como “la vitamina del sol” porque nuestro cuerpo la produce cuando la piel se expone a la radiación ultravioleta. En invierno, pasamos más horas en interiores, usamos más ropa y el sol tiene menor intensidad. Como resultado, la síntesis se reduce y aparece el riesgo de déficit.
Especialistas de la Endocrine Society destacan que los grupos más vulnerables son los adultos mayores, niños y personas con piel más oscura, ya que la pigmentación reduce la capacidad de producir vitamina D a partir del sol.
¿Cómo saber si hace falta reforzarla? Los signos más comunes incluyen:
Según Mayo Clinic, la falta crónica puede derivar en pérdida de densidad ósea, osteoporosis o fracturas. Por eso, ante dudas, siempre es recomendable consultar con un profesional y evaluar niveles con análisis de sangre.
Aunque la principal fuente es la exposición solar, la dieta ayuda a sumar vitamina D: pescados grasos como salmón o caballa, lácteos fortificados, huevos y hongos son buenos aliados.
La Harvard Medical School recomienda, además, aprovechar ventanas de sol durante el día, exponiendo cara y brazos entre 10 y 30 minutos varias veces a la semana, siempre con cuidado para proteger la piel. En casos específicos, los suplementos pueden ser necesarios, pero solo bajo indicación profesional.
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