Desde hace algunas décadas, el desarrollo de nuevas tecnologías va transformando vertiginosamente nuestra realidad global a velocidades impensadas. En poco más de 50 años, fuimos testigos del nacimiento de la televisión, las computadoras personales, internet, la telefonía celular y la inteligencia artificial, entre otras tantas.
Como contraparte, no estamos biológicamente diseñados para asimilar, adaptarnos y acompañar semejantes cambios exponenciales. Recordemos que nos llevó miles de años adaptarnos después de la última glaciación que terminó hace unos 15 mil años aproximadamente, cuando condiciones climáticas extremas llevaron a nuestras comunidades a desarrollar estrategias de supervivencia más complejas, la invención de herramientas, la domesticación de animales y el desarrollo de técnicas agrícolas como ejemplo de adaptación a un nuevo entorno.
Hoy transitamos una era en la que los social-media han impregnado nuestra vida cotidiana, sirven como plataforma de conexión y comunicación, así también como fuente de aislamiento, angustia y frustración. La rápida proliferación de aplicaciones ha transformado nuestra forma de interactuar, compartir información y percibir la realidad. Aunque, por un lado, pueden fomentar comunidad y creatividad, también dan lugar a problemas graves de salud mental, especialmente ansiedad, depresión y conductas adictivas. Desencadenan alteraciones de la salud en general, por cambios hormonales y trastornos del sueño y la alimentación entre otros.
Pertenecemos al grupo de mamíferos que duermen luego de la caída del sol. Recibir señales que confunden nuestro cerebro, altera el ritmo circadiano (ese que nos hace despertar de día y dormir por la noche) con consecuencias nefastas. ¡Podríamos llegar a parecernos a esos animalitos de criadero a los que les dejan la luz encendida para que coman 24 horas! Uno de los fundadores de las plataformas más usadas y conocidas mundialmente lo dijo explícitamente en una entrevista: “Yo no compito con otras empresas, compito con la almohada”.
El estadounidense Jonathan Haidt describe el impacto de las redes sociales en su libro “La generación ansiosa”. Como en un grito de alerta, habla de la gran reconfiguración de una infancia basada en el teléfono. Estadísticas sobre el tiempo de uso, revelan sistemáticamente que los adolescentes declaran dedicar más de siete horas diarias a actividades de ocio con pantalla (sin incluir las clases y los deberes).
Haidt describe cuatro perjuicios fundamentales de cambios profundos en la infancia, provocados por el rápido cambio tecnológico de principios de la década 2010. Cada uno afecta al desarrollo de múltiples capacidades sociales, emocionales y cognitivas:
Ya se ha disparado la alarma mundial respecto del tema, actualmente en Reino Unido se debate sobre la posibilidad de una ley que prohíba el uso de celular a menores de 16 años. Especialistas en Francia, piden prohibir el uso de pantallas en menores de 3 años, el uso de celular a menores de 11 y de redes a menores de 15. Lo cierto es que nos enfrentamos a un problema complejo, para el cual aún no existe una regulación clara, por lo que es crucial explorar estrategias eficaces para moderar el uso en adultos y especialmente pensando en cómo ayudar con urgencia a los más pequeños y adolescentes.
Es necesario establecer pautas personales, definir límites de tiempo específicos para estar conectados y la determinación de ciertas horas como tiempos “sin pantalla”. Al decidir conscientemente cómo y cuándo utilizar las redes sociales, podemos crear una relación más sana con las plataformas, no somos gobernados por ellas ,sino que administramos su uso.
Es imprescindible aprender a detectar las emociones que aparecen durante y después de utilizar las redes sociales. Si surgen sentimientos de ansiedad, inadecuación o frustración, es un buen momento para suspender el uso o seleccionar el contenido. Esto implica iniciar un proceso consciente que en sí mismo ya es saludable.
Los papás y mamás tenemos un papel fundamental. En principio, vale recordar aquello de pregonar con el ejemplo. Nuestros hijos tienden a copiar nuestra conducta (el modo de comer, de hablar, de relacionarnos, y el uso de dispositivos y redes sociales no es la excepción). Necesitamos conversar abiertamente en familia sobre este tema y sus riesgos, más aún con los adolescentes. Conversar implica primero escuchar, compartir, analizar, comprender y trazar un plan familiar, en el que la responsabilidad de supervisar el cumplimiento es de los adultos, pero también involucrar a todos en la tarea para generar un espacio reflexivo. Es clave desautomatizar el uso del celular. No debe estar cerca de la cama.
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En las escuelas, es posible poner en práctica programas para educar sobre la alfabetización digital, incluyendo cómo evaluar críticamente la información y reconocer los signos de hábitos poco saludables en las redes sociales, fomentando un enfoque colaborativo. Las familias y educadores podemos ayudarnos y ayudar a las nuevas generaciones a desarrollar una relación equilibrada y sana con las redes sociales.
Adoptar un enfoque consciente de las redes sociales no sólo mejorará el bienestar individual, sino que también contribuirá a crear una comunidad en línea más constructiva y solidaria. Podemos contribuir desde cada lugar a diseñar educación digital integral.
(*) Dra. Silvia Bentolila (M. P. 49.677 – M.N. 59.647) médica especialista en Psiquiatría y Psicología médica, Magister en gestión de servicios de salud mental.
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