Dormir mal se volvió casi una norma. Horarios cambiantes, pantallas encendidas hasta la madrugada y rutinas irregulares hacen que muchas personas se acuesten cansadas pero sin sueño, o se despierten más agotadas que cuando se fueron a la cama. Frente a este escenario, la ciencia propone un concepto sencillo pero poderoso: cronohigiene.
El cuerpo humano funciona siguiendo un ritmo circadiano, un ciclo interno de aproximadamente 24 horas que regula el sueño, la vigilia, la temperatura corporal, la energía y el estado de ánimo. Este reloj interno responde a señales del entorno como la luz, la actividad física y la temperatura.
Durante gran parte de la historia, estas señales eran claras: las personas se despertaban con la salida del sol y descansaban cuando anochecía. Con la oscuridad, el cuerpo liberaba melatonina, una sustancia que induce el sueño y prepara al organismo para el descanso.
La vida moderna, sin embargo, interfiere con estas señales. La iluminación artificial, especialmente durante la noche, puede imitar la luz del día y confundir al cerebro. Cuando el reloj interno se desajusta, aparecen consecuencias que van más allá del cansancio: se lo asocia con problemas de salud como depresión y enfermedades cardíacas.
En este contexto, la cronohigiene busca devolverle al cuerpo cierta previsibilidad. Es una forma de trabajar a favor del reloj biológico, en lugar de ir en contra.
Uno de los factores más disruptivos del descanso actual es la luz azul, un tipo de luz de alta energía que emiten las pantallas de celulares, computadoras y televisores, así como muchas luces LED. Este tipo de luz le envía al cerebro el mensaje de que todavía es de día.

El cuerpo no aumenta la producción de melatonina hasta que la luz, especialmente la luz azul, disminuye. Por eso, usar pantallas por la noche puede dificultar conciliar el sueño, incluso cuando hay cansancio físico.
Evitar la tecnología nocturna puede parecer poco realista. Muchas personas trabajan, estudian o se informan desde sus dispositivos. Sin embargo, existen herramientas simples: la mayoría de los celulares y computadoras cuenta con modo nocturno, que reduce la luz azul y transforma los tonos fríos en colores más cálidos a medida que avanza el día.
Este pequeño ajuste no reemplaza una rutina ordenada, pero puede ayudar a que el cerebro empiece a interpretar que se acerca el momento de dormir.
La cronohigiene no propone cambios extremos ni rutinas rígidas imposibles de sostener. Se basa en pequeñas decisiones cotidianas que ayudan al cuerpo a mantener un ciclo de sueño-vigilia más estable.
Algunas prácticas que pueden favorecerla son:
La comida, por ejemplo, no solo aporta energía: también le indica al organismo que es momento de estar despierto. Comer tarde o picar constantemente puede interferir con el inicio del sueño.
Cuidar la cronohigiene ayuda a que el cuerpo recupere un ritmo predecible. Y cuando ese ritmo se sostiene en el tiempo, el descanso suele mejorar sin necesidad de dormir más horas.
Un sueño alineado con el reloj interno no solo mejora el descanso nocturno. También impacta en el estado de ánimo, la concentración, la memoria y la salud general. El cuerpo funciona mejor cuando puede anticipar lo que viene: actividad durante el día, descanso durante la noche.
La cronohigiene no promete soluciones mágicas ni resultados inmediatos. Propone algo más realista: ordenar el desorden, devolverle coherencia a los horarios y permitir que el cuerpo haga lo que sabe hacer desde siempre.
En un mundo que empuja a vivir acelerados, recuperar el ritmo natural del sueño puede ser una forma silenciosa pero profunda de cuidado personal.
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