Lo esencial: el estudio publicado en Nature por el equipo de Mount Sinai muestra que, tras un infarto de miocardio, el cerebro y el corazón colaboran para inducir el sueño profundo, y activan así mecanismos naturales de sanación. Durante esta fase de descanso de ondas lentas, el sistema nervioso reduce la frecuencia cardíaca y la presión arterial, disminuyendo el estrés y la inflamación. Este proceso involucra a monocitos que, al llegar al cerebro, inician una respuesta inflamatoria controlada que promueve el sueño reparador y favorece la recuperación del tejido cardíaco. Estos hallazgos subrayan que una buena calidad de sueño tras un infarto es esencial para prevenir complicaciones.
Durante esta fase de sueño de ondas lentas, el cerebro colabora con el sistema cardiovascular para reducir el estrés y la inflamación, un mecanismo de defensa natural que, según los investigadores, ayuda a sanar el corazón.
Pero la importancia de dormir no termina ahí; el estudio señala que una buena calidad de sueño en las semanas posteriores al infarto podría reducir significativamente el riesgo de nuevos problemas cardíacos. Es por eso que las personas que descansan mejor tienen menos probabilidades de recaer, mientras que quienes duermen poco duplican su riesgo de sufrir complicaciones. De este modo, el sueño se posiciona como un pilar crucial en la rehabilitación y recuperación del corazón.
Si bien es útil en emergencias, esta sobreestimulación afecta al corazón cuando el cuerpo no descansa lo suficiente, elevando la frecuencia cardíaca y la presión arterial, factores que aumentan el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares. En una nota publicada en Infobae, el doctor Daniel López Rosetti recordó que este órgano “late 100.000 veces al día” y debe enfrentar factores de riesgo elevados que aumentan la probabilidad de desarrollar enfermedad cardiovascular, tales como la hipertensión arterial, el colesterol elevado, el sedentarismo y el estrés.
“Muchos son prevenibles con hábitos de estilo de vida saludables”, subrayó el experto y señaló que “lo que no se mueve se oxida”, en referencia a la importancia de combinar actividad física regular y descanso adecuado para la salud cardíaca. En ese sentido, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó que las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte en el mundo, con “17,9 millones de vidas” perdidas cada año.
De acuerdo al Dr. Merrill Mitler, neurocientífico de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH), “el dormir mantiene todos los aspectos del cuerpo de una forma u otra: el equilibrio energético y molecular, así como también la función intelectual, el estado de alerta y el humor”. Al tiempo que agregó que una persona que ha descansado bien “está operando a un nivel distinto que quienes intentan seguir con una o dos horas de sueño por noche”.
Sin embargo, los hallazgos recientes del equipo de Mount Sinai amplían aún más esta relación y sugieren que el sueño profundo es parte de un mecanismo natural que el cuerpo activa después de un evento cardiovascular para proteger y ayudar al corazón a sanar.
Después de un infarto de miocardio, el cuerpo activa un proceso inmunológico inesperado: células inmunes conocidas como monocitos son liberadas desde la médula ósea y dirigidas hacia el cerebro, donde desencadenan una respuesta inflamatoria que beneficia al corazón. Este mecanismo, descrito por el equipo de Mount Sinai, permite que estos se acumulen en el núcleo lateral posterior (LPN) del tálamo y produzcan factor de necrosis tumoral (TNF), activando neuronas que inducen al sueño de ondas lentas.
Este tipo de sueño profundo, conocido por sus efectos reparadores, disminuye el estrés en el sistema cardiovascular y limita la inflamación en el corazón. En ese tono, el doctor Cameron McAlpine, investigador de la Escuela de Medicina Icahn en Mount Sinai, explicó: “Este estudio es el primero en demostrar que el corazón regula el sueño durante una lesión cardiovascular utilizando el sistema inmunológico para enviar señales al cerebro”.
Esta interacción entre el sistema inmunológico y el cerebro desencadena una respuesta adaptativa que incrementa el sueño profundo, lo que actúa como un “escudo protector” que favorece el proceso de recuperación del tejido cardíaco y limita el impacto de la actividad simpática. Los monocitos suelen responder a infecciones y reparar tejidos dañados en diversas áreas del cuerpo. Sin embargo, tras un infarto, estos se reprograman al ingresar al cerebro, generan una inflamación controlada que activa rutas neuronales e inducen un descanso profundo.
El equipo de Mount Sinai observó que esta respuesta inmunológica se activa pocas horas después del infarto y se mantiene a lo largo de varios días. En modelos animales, la respuesta generó un aumento de sueño de ondas lentas que perduró una semana, lo que coincidió con la fase crítica de reparación cardíaca.
Estudios preliminares en pacientes humanos también mostraron que aquellos con mejor calidad de sueño tras un infarto presentan menor riesgo de complicaciones y una recuperación más sólida. Esta respuesta neuroinmunológica es, en definitiva, una adaptación natural del cuerpo para proteger el corazón y pone el papel del sueño como una herramienta crucial en la sanación tras un evento cardíaco.
McAlpine explicó: “Tras un infarto, el cerebro sufre cambios profundos que incrementan la cantidad y la presión del sueño en las semanas siguientes al infarto”. Estos cambios incluyen la activación de neuronas glutamatérgicas en el tálamo que promueven el sueño profundo y reducen la actividad del sistema nervioso simpático. El resultado: una frecuencia cardíaca y una presión arterial más bajas, factores esenciales para limitar la inflamación y permitir la recuperación del corazón.
Para investigar cómo el cerebro promueve este tipo de descanso tras un infarto, el equipo de Mount Sinai utilizó modelos de ratón, a los cuales se les indujo un infarto para observar los cambios en la actividad cerebral y los patrones de sueño. Los roedores mostraron un aumento de hasta tres veces en el sueño de ondas lentas en comparación con aquellos sin infarto, una fase que duró aproximadamente una semana, coincidiendo con el período inicial de reparación del corazón.
Este incremento en el sueño profundo ayudó a reducir tanto el estrés como la inflamación en el sistema cardiovascular, lo que favoreció la sanación del tejido cardíaco afectado. Estudios preliminares en pacientes humanos revelaron resultados similares: aquellos que lograron dormir bien después de un infarto presentaron una recuperación cardíaca más rápida y menor riesgo.
McAlpine destacó que “la neuroinflamación y la llegada de monocitos al cerebro representan una respuesta beneficiosa y adaptativa que aumenta el sueño para facilitar la curación del corazón y reducir la inflamación dañina”.
El descubrimiento de la conexión entre el sueño y la recuperación cardíaca tras un infarto de miocardio está transformando la forma en que se comprende y aborda el tratamiento postinfarto. Más allá de los enfoques tradicionales —medicación, rehabilitación física y cambios en la dieta—, los hallazgos del equipo de Mount Sinai subrayan que la calidad del sueño es crucial para la recuperación y la prevención de futuras complicaciones cardíacas.
El doctor Cameron McAlpine, investigador de Mount Sinai, enfatizó: “Nuestro estudio descubre nuevas formas en que el corazón y el cerebro se comunican para regular el sueño y apoya la idea de incluir el descanso como parte del cuidado de pacientes tras un infarto”. Según los investigadores, el sueño profundo no solo reduce la actividad del sistema nervioso simpático, sino que también protege al corazón limitando la inflamación y disminuyendo la carga de estrés.
En ese tono, López Rosetti resaltó la importancia del descanso adecuado, junto con el sueño reparador y factores como la actividad física y la dieta equilibrada, como componentes esencial de la rehabilitación cardiovascular, ayudando a reducir tanto la incidencia de nuevos eventos como el tiempo de recuperación.
Los hallazgos del equipo de Mount Sinai proponen un enfoque novedoso para la recuperación postinfarto, en el que la calidad del sueño se convierte en un pilar fundamental del tratamiento. Integrar estrategias para garantizar un descanso adecuado —como reducir las interrupciones nocturnas en los hospitales o brindar asesoramiento sobre higiene del sueño— podría mejorar significativamente la recuperación cardíaca.
En esta línea, el Dr. Merrill Mitler, neurocientífico de los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU. (NIH), enfatizó que “el dormir mantiene todos los aspectos del cuerpo de una forma u otra: el equilibrio energético y molecular, así como también la función intelectual, el estado de alerta y el humor”. Mientras que McAlpine aseguró que “la regulación del sueño a través de la neuroinflamación y la respuesta inmunológica son respuestas adaptativas del organismo que favorecen la sanación del corazón”.
Así, el sueño profundo surge como un mecanismo crucial para la rehabilitación, permitiendo que el corazón reciba menos señales de estrés y minimizando la inflamación en el tejido afectado. Esta adaptación biológica revela una conexión estrecha entre el sistema nervioso y el cardiovascular, que podría aprovecharse para mejorar la eficacia de los tratamientos.
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