La primera impresión es el resultado de una adaptación evolutiva: cuando dos de nuestros ancestros se encontraban, debían decidir rápidamente si el otro sujeto era de fiar. Esa es, precisamente, la característica principal que aún hoy buscamos a primera vista, es decir, la confianza que la otra persona nos genera.
Entonces, ¿cómo nos ven realmente los demás: cómo lo que somos o por lo que proyectamos de nosotros mismos? ¿Los prejuicios son producto del famoso efecto espejo (la teoría postula que cuando nos relacionamos con personas con defectos similares, estos nos molestan porque actúan como un espejo)?
El psicólogo y psicoanalista Daniel Fernández (M.N. 41.671) explicó que es cierto que solo hay una oportunidad para causar una primera buena impresión. Pero ¿por qué es tan importante esa primera impresión? “Porque dejará una huella, positiva o negativa, muy difícil de modificar después”, argumentó.
Para él, todo dependerá del nivel de prejuicios que tenga esa persona con la que tuvimos un primer contacto. Si se trata de una persona que se toma el tiempo para conocernos, lo de la primera impresión no será tan relevante. “Sin embargo, son muchas las personas que tienden a juzgar en función de lo que advierten en una primera vez en el otro, desconociendo que lo que en realidad están evaluando no es al otro sino a sus propios deseos o temores proyectados”, analizó.
“Por ejemplo, una persona muy deseosa de encontrarse con alguien que sea buena persona podría proyectar en ese otro rasgos de bondad que ni siquiera existen. Por el contrario, alguien muy temeroso de enfrentarse a un sujeto agresivo podría proyectar en ese otro rasgos de agresividad que en verdad tampoco existen”, ejemplificó.
Para el especialista, cualquiera de los extremos tenderá a proyectarse y podría nublar nuestra visión a la hora de descubrir quién es verdaderamente el otro. “Por eso lo conveniente, en el momento de emitir un juicio sobre alguien que apenas conocemos, es interrogarnos a nosotros mismos y preguntarnos: ´¿Lo que creí ver en el otro realmente le pertenece al otro o me pertenece a mí?´”, señaló.
“Alguien que nos alumbra a la hora de entender esta dificultad al momento de conocer a otro es Carl G. Jung. Para este famoso psiquiatra y autor, existían dos arquetipos dignos de ser tenidos en cuenta: máscara (o persona) y sombra. La máscara es lo que uno quiere que los demás vean en uno, así como también lo que uno quiere ser y cree que es. La sombra, en cambio, es aquello que no nos gusta de nosotros mismos y que no queremos que los demás adviertan, por lo cual son rasgos propios que reprimimos y no reconocemos en nosotros”, precisó.
En ese sentido, añadió: “No obstante, por no reconocer la sombra en nosotros es que la proyectamos y la vemos en otras personas. Por eso, esas características que más suelen disgustarnos de los demás muchas veces están reflejando una parte nuestra reprimida. Y lo saludable para Jung era reconocer nuestra propia sombra proyectada en el otro, reconocerla e integrarla a nuestra personalidad”.
Para profundizar, el psicólogo citó este ejemplo: “Una persona muy introvertida podría sentirse muy molesta a la hora de relacionarse con personas excesivamente extrovertidas. ¡Y tal vez no lo sean tanto! Y sería sano que esta persona reconociera que está proyectando su sombra, es decir que está reprimiendo una parte suya de extroversión y que muy bien le haría integrar a su persona (o máscara). Incluso puede suceder que una persona no solo proyecte como sombra lo que más detesta de sí misma, sino que puede proyectar lo que más admira (que ya poseemos sin darnos cuenta). Por eso es que a veces nos enamoramos de otro que en verdad no existe y que nosotros mismos inventamos”.
Según Fernández, a la hora de relacionarnos en las redes sociales, la máscara suele potenciarse aún más. Pero ¿por qué? “Porque la gente se toma su tiempo para mostrar pura y exclusivamente lo que quiere que los otros vean. Y juzgar a una persona por su foto de perfil o por sus sofisticados y elegantes posteos en las redes sociales sería equivalente a juzgar a un libro solo por su portada. En este sentido, el otro nunca suele ser lo que muestra sino lo que iremos descubriendo después y con el tiempo”, lanzó.
¿Qué podemos hacer entonces para relacionarnos mejor y de manera más auténtica? “No apresurarnos en emitir juicios, no condenar ni indultar a nadie por una primera impresión, tomarnos el tiempo necesario como para conocer a la otra persona, y sobre todo, evaluar qué de nosotros estamos viendo en el otro. Un juicio anticipado es un prejuicio, es decir, un juicio sin el conocimiento previo indispensable como para que tenga validez”, concluyó.
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