En el fútbol, hay jugadores que pasan y hay otros que se quedan para siempre. Gustavo Fernando “El Sapo” Cuartas pertenece a esta segunda clase: la de los que se graban en la memoria colectiva de un club, no solo por lo que hicieron dentro de la cancha, sino por lo que representaron para su gente.
Con 100 partidos oficiales y 46 goles en su haber, Cuartas no fue simplemente un goleador de números altos. Fue un símbolo. Su jerarquía como delantero, su instinto letal en el área y su clase para definir lo convirtieron en uno de los mejores 9 que vistieron la camiseta rojinegra. Hacía goles de todos los colores: de cabeza, de volea, entrando por sorpresa, rompiendo redes desde afuera del área o empujándola con oficio. Cada tanto suyo tenía algo especial.
De esos que hacían levantar a la tribuna y que aún se recuerdan con una sonrisa y un “¿te acordás del gol que le hizo a…?”
“El Sapo” tenía eso que distingue a los delanteros de raza: frialdad para resolver en caliente y una inteligencia nata para encontrar el lugar justo, el momento justo, el toque justo. No le sobraban palabras, le sobraban goles lindos. Muchos de ellos decisivos, en partidos bravos, cuando la cosa quemaba.
Compartió podio con nombres pesados como Daniel Castro y Adrián Aranda, pero su huella fue única. Porque lo de Cuartas fue mucho más que talento: fue entrega, pasión y un compromiso inquebrantable con Douglas Haig.
Aunque su carrera incluyó pasos por distintos clubes, si hay una camiseta que sintió como propia fue la de Douglas. No nació en Pergamino, pero eligió amar a esta ciudad como si hubiera crecido entre sus calles. Y Pergamino lo eligió a él. La relación con la hinchada se fue construyendo desde el respeto, desde la entrega silenciosa, desde esa humildad que solo tienen los grandes. Nunca necesitó declaraciones altisonantes ni gestos vacíos. Su fútbol hablaba claro. Y hablaba fuerte.
“El Sapo” fue de esos ídolos cercanos. El que se cruzaba con los hinchas y se detenía a charlar, el que saludaba a todos, el que transpiraba la camiseta con el alma. Dentro del área era quirúrgico, potente, sabio. Fuera de ella, un caballero. Por eso se ganó un lugar en el corazón del pueblo fogonero. Y por eso todavía hoy se lo nombra con una mezcla de orgullo y nostalgia.
Las generaciones pasan, los planteles cambian, pero hay nombres que no se borran. El de Cuartas sigue presente en cada charla de café, en cada recuerdo de tablón, en cada historia que se cuenta mirando el “Miguel Morales”. Porque fue más que un goleador: fue una referencia, un emblema, un espejo donde mirarse.
Y aunque el tiempo siga su curso, el deseo siempre se repite: “¿Te imaginás si volviera una vez más con la 9…?”. Ese anhelo habla de lo que fue y sigue siendo Gustavo Cuartas para Douglas Haig: un ídolo verdadero. Un tipo que jugó como si llevara la rojinegra en la sangre.
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