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La ciencia determinó que amamos con el cerebro y no con el corazón

Un estudio reveló que el amor está especialmente relacionado con el sistema de recompensa. La particularidad del afecto por las mascotas.

Un estudio de la Universidad de Oxford, publicado en la revista Cerebral Cortex, revela cómo diferentes áreas del cerebro se activan según el tipo de amor que sentimos, ya sea por nuestros hijos, amigos o incluso la naturaleza.

El estudio, dirigido por la filósofa Pärttyli Rinne, involucró a 55 adultos (29 mujeres y 26 hombres) de entre 28 y 53 años que, al menos, tenían un hijo. Se utilizaron resonancias magnéticas para medir la actividad cerebral mientras pensaban en seis tipos de amor:

  1. hijos
  2. pareja
  3. amigos
  4. desconocidos (compasión)
  5. mascotas
  6. naturaleza.

Les pidieron a los voluntarios que recordaran momentos específicos, como la emoción de ver a su hijo recién nacido o la sensación de estar junto a una mascota.

Dónde se siente el amor

El amor se activa en diferentes partes del cerebro, como los ganglios basales, la frente y otras áreas del lóbulo parietal. Dependiendo del tipo de amor, algunas zonas se activan más intensamente que otras.

Uno de los hallazgos más interesantes fue que el amor paternal generó la activación cerebral más intensa. Según Rinne, esta forma de amor activa profundamente el sistema de recompensa del cerebro, especialmente en el cuerpo estriado, un área que no mostró la misma intensidad de activación en otros tipos de amor. Este descubrimiento subraya la especial conexión emocional que los padres sienten hacia sus hijos, la cual parece estar profundamente arraigada en la biología humana.

El amor por los hijos genera la mayor actividad en el cerebro. (Foto: Adobe Stock)

A este le seguían el amor hacia la pareja, los amigos y los desconocidos, en las relaciones interpersonales.

La peculiaridad de las emociones por las mascotas

No obstante, en el amor por las mascotas se produce una excepción y cuando una persona cuenta con un animal de compañía se le activan las áreas del cerebro asociadas a la cognición social.

Los investigadores invitaron a los participantes a pensar qué sentían al estar tumbados en el sofá de su casa y que se les acurrucase un gato a su lado ronroneando.

El amor a la naturaleza y a los animales activó el sistema de recompensa y las áreas visuales del cerebro. (Foto: Adobe Stock / Por ChenPG).

Aunque la reflexión siempre activaba el amor en el cerebro, los patrones de actividad revelaron quién convivía con un gato y quién no: los dueños de mascotas sí experimentaron amor en las regiones asociadas a la cognición social.

El estudio puede ayudarnos a tratar trastornos mentales, como la depresión o la paranoia, explicar de qué forma los humanos establecemos relaciones personales y ambientales y los cambios en el cerebro, ese órgano que resulta responsable de todo lo que pensamos y sentimos.

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