El múltiple homicida Luis Fernando Iribarren, conocido como el “Carnicero de San Andrés de Giles“, fue recapturado este domingo por una brigada de la Policía Federal en Santiago del Estero, a donde huyó al profugarse hace doce días.
Condenado a cadena perpetua por matar a sus padres, sus hermanos y una tía, en una serie de sanguinarios crímenes que lo llevaron a la cárcel en 1995, Iribarren se había fugado el 28 de agosto pasado cuando fue autorizado a rendir un examen de la carrera de Derecho en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad La Plata. Desde entonces, nunca había vuelto al penal de Lisandro Olmos, donde cumplía su pena.
Prófugo, en su huida habría pasado por Santa Fe y comprado un vehículo. La División Búsqueda de Prófugos de la PFA investigaba sus pasos y lo encontró en Villa Atamisqui, a 140 kilómetros de la capital de Santiago del Estero, donde buscaba una pieza para dormir.
Considerado como uno de los mayores asesinos de la historia criminal de la Argentina y de los que mayor tiempo está en prisión, al cumplir casi 30 años tras las rejas, el homicida se preparó para salir de su celda de la Unidad 26, correspondiente al Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB). Contaba con el aval del Juzgado de Ejecución N° 1 del Departamento Judicial de Mercedes para realizar salidas transitorias.
Iribarren estaba autorizado para salir a las 15.30 y regresar a las 21, sin embargo, esto no ocurrió. Como consecuencia, desde el SPB se informó a la policía y al juzgado para dar comienzo a su búsqueda, que finalizó con éxito este domingo. Las salidas eran sin custodia y se sospechó que en realidad no estudiaba, sino que aquella actividad era una excusa apócrifa para salir.
La historia de Luis Iribarren se conoció en 1995 y conmocionó al país. “Mi familia se fue a vivir a Paraguay”, repetía Iribarren, quien aseguraba ante los vecinos que las deudas lo habían complicado todo. Hasta 1995 no hubo noticias de su padre Luis Juan (49); su mamá, la maestra Marta Langevin (42), y sus hermanos, Marcelo (15) y María Cecilia (9). Fue ese año cuando apareció el cuerpo enterrado de Alcira (59), tía de Luis Fernando y hermana de su papá, que se conoció la verdad de una historia macabra.
Iribarren la había matado. Él lo confesó. Pero también hizo un relato escalofriante de lo sucedido una década atrás: había asesinado a toda su familia. No estaban en Paraguay escapando de un prestamista que los perseguía, sino enterrados en una fosa común, a metros de un chiquero, en una casa de campo que tenían en la zona rural de Tuyutí, a veinte kilómetros de la ciudad. “El Carnicero de San Andrés de Giles”, como lo bautizaron a nivel local, llegó rápidamente a las primeras planas del país y hasta Los Fabulosos Cadillacs le dedicaron un tema.
Los vecinos de Alcira Iribarren, una jubilada de 65 años que vivía en la casa de la calle Cámpora en Giles, estaban preocupados. Hacía varios días que no la veían y solo tenían contacto con su sobrino. “Está muy enferma y la llevé a un hospital de Buenos Aires”, dijo primero. “Falleció, no pudo con el cáncer”, agregó poco tiempo después. A nadie le cerraba y un llamado telefónico el 31 de agosto de 1995 a la comisaría fue el inicio del final para uno de los mayores asesinos múltiples de la historia del país.
Cuando la Policía ingresó a la vivienda, el olor ya anticipaba lo peor. Alcira estaba muerta, pero no por una enfermedad sino por dos hachazos que le partieron el cráneo. Habían excavado un pozo en el patio recientemente y el cuerpo estaba tapado con una sábana. Ante el comisario, Iribarren confesó. Hizo referencia a la supuesta enfermedad de su tía y contó: “Quería ayudarla a terminar con su sufrimiento y procedí a asfixiarla, pero como no pude busqué otra forma. Recorrí la casa y encontré el hacha. Le pegué dos golpes en la cabeza”.
Sin embargo, en medio de la declaración, quien durante varios meses siguió cobrando la jubilación de docente de su tía, lanzó una frase que no pasó desapercibida. “No tuve el coraje de dispararle a mi tía con el arma porque me acordé de lo que les había hecho a mis padres y a mis hermanos, y no soportaría hacerlo de nuevo”, aseguró.
Iribarren era un mitómano. Sus contradicciones hicieron que los investigadores pusieran en duda sus relatos más de una vez, inclusive que había matado años atrás a parte de su familia. Pensaron que era una estrategia para ser declarado inimputable por el crimen de su tía. No obstante, luego de tres meses de búsqueda en el campo, integrantes del Servicio Especial de Investigaciones Técnicas (SEIT) de la Policía hallaron los cuatro cadáveres en una fosa común donde antes existía un chiquero. Corría el 15 de noviembre de 1995.
Ante el juez de instrucción, Iribarren no tuvo reparos y contó que los mató porque “les tenía bronca”. Tiempo después en el juicio, casi no habló y solo se limitó a tomar notas. Pero en su momento, recordó la trágica noche de Tuyutí. A la madrugada y tras mirar la lluvia durante horas, ingresó a la vivienda y fue directo a buscar una carabina calibre 22 que utilizaban para cazar vizcachas.
Primero fue a la habitación donde dormían sus padres y la hermana menor: los mató a tiros y golpes. Dijo que disparó con los ojos cerrados. Salió otra vez al patio, fumó, entró a la habitación donde estaba su hermano de 15 años y le disparó dos veces. “Me senté en la cama, le cerré los ojos y le dije: ‘Negro, ¿por qué te hice esto si yo te quería?’”, contó fríamente.
“Omnipotente, narcisista y paranoide”. Así lo definieron ocho peritos psicológicos y psiquiátricos en el juicio que lo condenó en agosto de 2002. La Sala III de la Cámara de Mercedes lo sentenció a la pena de reclusión perpetua más la accesoria de encierro por tiempo indeterminado, por los cinco crímenes.
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