Dormir una siesta suele generar debate: la ciencia viene estudiando desde hace años qué efectos reales tiene el sueño diurno sobre la salud, el rendimiento cognitivo y el estado de ánimo. La respuesta no es un sí o un no absolutos, sino que depende del tiempo, el horario y de cada persona.
Según un artículo publicado en Sleep Medicine Reviews, la siesta puede ser una herramienta beneficiosa cuando se la utiliza de manera estratégica, pero contraproducente si se extiende demasiado o se realiza muy tarde.
De acuerdo con revisiones científicas recientes, las siestas cortas pueden aportar ventajas claras, especialmente en contextos de falta de sueño o alta demanda mental.

Entre los principales beneficios documentados se encuentran:
Según Sleep Medicine Reviews, estos efectos son más notorios cuando la siesta no supera los 30 minutos, ya que permite descansar sin entrar en fases profundas del sueño.
La duración es clave. La evidencia científica distingue distintos tipos de siesta:
Según los estudios analizados en Sleep Medicine Reviews, las siestas largas no son aconsejables de forma habitual, sobre todo en personas con insomnio o dificultades para dormir de noche.
El momento del día también influye. La mayoría de los expertos coincide en que el mejor horario es entre las 13 y las 16 horas, idealmente antes de las 15.
Este rango coincide con una caída natural de la alerta asociada al ritmo circadiano. Dormir la siesta más tarde puede interferir con la presión de sueño nocturno y dificultar conciliar el descanso a la noche.
Según Sleep Medicine Reviews, las siestas realizadas después de las 17.00 se asocian con mayor dificultad para dormir y con un sueño nocturno más fragmentado.
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