Por Renzo Paganini | 22 de Diciembre de 2025
Durante años, el concepto de "modernización laboral" se ha usado como un envoltorio elegante para la precariedad. Se nos habla de flexibilidad y competitividad como si fueran fórmulas mágicas, pero se olvida una verdad fundamental: una empresa es tan fuerte como lo es su trabajador más agotado.
Es común escuchar a CEOs y directivos pedir "esfuerzos extraordinarios" para salir de la crisis. Sin embargo, ese discurso de "ponerse la camiseta" se desintegra cuando el destinatario no llega a fin de mes o vive bajo un estrés crónico que le impide dormir. La productividad no se decreta por memorándum; nace de la seguridad y el respeto.
Un trabajador quemado no es innovador. Un empleado preocupado por sus deudas no es creativo. La fatiga no es solo un problema de salud; es el enemigo oculto de la economía.
Una reforma que modernice de verdad debe pivotar sobre tres ejes:
1)Salario como dignidad: Un sueldo que solo permite sobrevivir mata la ambición. El crecimiento debe ser tangible hoy, no una promesa lejana.
2)Salud mental como activo: El derecho a la desconexión real es una necesidad económica. El estrés cuesta millones en bajas y falta de enfoque.
3)El tiempo es valor: Reducir jornadas o flexibilizar horarios para recuperar la vida personal no es un lujo, es la única forma de garantizar energía para producir mejor.
No saldremos del pozo pidiendo más a quienes ya no tienen nada que dar. Modernizar es evolucionar, y evolucionar es entender que el capital humano no es un insumo que se consume, sino una chispa que hay que cuidar.
Es hora de dejar de pedir sacrificios y empezar a ofrecer condiciones. Solo así el motor del crecimiento volverá a encenderse.
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