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Historias del pago: La previa en San Telmo, “nuestro Bar Querede” y el paseo de las chicas con final impensado

El portón verde chilla cada vez que se abre y se cierra. Arriba letras grandes que conforman el nombre de la entidad y un escudo en medio de la palabra San Telmo. Trofeos de época con telarañas y un pool casi en desuso con el paño deteriorado. Mesas redondas blancas, paredes descascaradas llenas de humedad, una vieja tele colgada, las bici de los veteranos que salen “tocados” y la infaltable barra.

Un modesto club de barrio. Del glorioso barrio Acevedo. A los ojos ajenos, bar de mala muerte. Al corazón propio, nuestro lugar en el mundo en aquellos hermosos y jóvenes años. Plagado de vivencias, historias risueñas y anécdotas imperdibles. Y en especial, de amistad en su máxima expresión.                

“¡Qué haces pibe!, ¿cómo anduvo eso?”. Cada 15 días, Luis nos recibía con la misma frase a los que estábamos fuera del pago. Camisa blanca, pelo negro. Poco expresivo, apreciaba a su manera a los chicos que tanto revuelo le armaban cuando se juntaban todos: los de Buenos Aires, los de Rosario, el de Santa Fe y, lógico, los “locales”.                

Hábil comerciante, el Fernet inicial de varios que consumíamos venía de lujo: primera marca de esa bebida (Branca) y también de la gaseosa reconocida mundialmente (Coca Cola). Del segundo en adelante, se terminaba su generosidad y elaboraba el trago con recursos más acordes a la módica suma de “un peso” que costaba por entonces… ¡Una patada al hígado!, pero que importaba si allí éramos tan felices.

El ritual de cada salida entre mediados y fines de los 90. Así el Chevallier llegara a las 2 de la madrugada a Pergamino, nos las ingeniábamos para dar el presente. Veladas que compartíamos, indirectamente, con muchos personajes simpáticos, de historietas. Tan pintorescos como adorables. Los habitués del club, mayores de edad, que nos hacían sentir como en casa. Una mezcolanza de muchachos y generaciones hermosa que convertían cada noche en una fiesta… ¡antes de la gran fiesta!, a la que incluso supimos llevar a alguno de ellos que nos confesó agradecido “desde los antiguos bailes de Compañía que no pisaba un boliche”.                                                                                      

Ojo que “Telmo” también tenía sus propios espectáculos, además de vida social, deportiva y barrial. Por su amplio salón solían desfilar figuras del cuarteto y la cumbia (de hecho, una vuelta vimos entrar por el bar al Maestro Antonio Ríos en su pico de fama).                                              

Lo cierto es que las previas transcurrían entre risotadas, bromas y el clásico truco. Pierde paga… Y se sumaba Don Martino, con su narizota, boina y alguna que otra curda memorable. Y se arrimaba Don Polola, con la verborragia que le otorgaban los años de calle y sabios consejos. El Gancia lo tornaba más charlatán de lo que era, envalentonado sus discursos se enriquecían y su voz aguda copaba la escena.                                                                        

“El gordo es el más pintón de todos ustedes”, nos decía por Santiago. “¡Mirale los ojos celestes!”, reforzaba el concepto. “¡Pero qué va a ser el más fachero éste si no se levanta ni a mi abuela!”, chicaneaba, siempre desafiante, y jodón Mauro (donde había piñas seguro andaba él). También Torres, famoso árbitro de la región que ya descansa en paz se ponía a hablar de fútbol con la banda e invitaba una ronda.

Después del tercer “Fernando”, justamente a Fernando ya se le empezaba a notar que perdía fluidez en sus palabras. A esa altura los cantos de cancha en el recinto eran frecuentes. Hasta Víctor, el menos futbolero del grupo se sabía las letras con las que despertamos a más de un vecino camino a La Isla o Tío Freud, a seguir de gira por el centro, donde estaba la movida. Y cuando no andábamos a pata era porque Maurito ponía a disposición del grupo alguna de sus naves, cuyos techos quedaban aboyados de tanto agite con la música al palo.                                                                     

San Telmo era a nosotros como el Bar Querede a buena parte de la muchachada pergaminense de aquellos tiempos. Claro que en contadas excepciones también pasamos por ese mítico y bohemio lugar frente a la plaza. Con Gustavo, Ito, Ramiro y todos los vagos.                                                     

Pero en la intersección de General Pico y Ramón Raimundo jugábamos de local, qué duda cabe. Pasaron 25 años. Parece que fue ayer. ¡Qué tiempos aquellos!

El paseo menos pensado, chicas…                                       

Barby y Stella tenían cerca de 20 años en esa época. Siempre apuestas, estaban en su esplendor. Esa jornada se vistieron de gala para la salida nocturna, con la promesa de sus novios de recorrer los sitios de moda de la ciudad.               

No obstante, tras la rica cena en una pizzería top y el paseo por la Avenida, la noche tuvo un final inesperado para ellas. “Vamos a tomar algún ‘bajativo’ que me duele la panza”, sugirió uno de los chicos. Jugada preparada con su compinche cómplice, resulta que los cuatro terminaron en… ¡San Telmo!                                                                       

Sí, un domingo en el barzucho con las dos bellezas a las que invadieron las miradas de sorprendidos clientes. Pibas de barrio en el fondo, sin demasiado vedetismo ni ínfulas, se la re bancaron aunque nobleza obliga al principio dudaron en bajar y no pusieron la mejor cara.                            

Luego sí se soltaron y disfrutaron un rato ameno, diferente, inédito... Y hasta el día de hoy pasan la factura entre risas por “la noche que nos llevaron a pasear a San Telmo”. ¿Dónde la iban a pasar mejor? ¡Gracias por tanto viejo y querido club!

* El autor es periodista pergaminense, uno de los autores del libro “Fuerte al medio” y jefe de Deportes del Diario La Mañana de Neuquén

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